COMER DELANTE DE UNA PANTALLA
Buenas noches nocturnas… El titular de la noticia que leo en la web de La Vanguardia, dice exactamente: “Comer delante de una pantalla puede llevar al consumo compulsivo de ultraprocesados, según un estudio de la UOC”. Examino el texto, del que se hace responsable con su firma Manuel López Chicano, y no encuentro que se diga algo, desde luego, obvio: a las personas con estas conductas han de gustarles los alimentos ultraprocesados. Parece una tontería y, admito, una contraargumentación no parece sencilla para evitar un supuesto adverso para mí. Sin embargo, parte de lo que sigue, es para rehabilitarme en el caso de que el lector sea favorable a considerarme bobo de baba. Digo que ha de gustar este tipo de alimentos, porque no a todo el mundo le gustan las mismas cosas. Probablemente, el número de la excepción será ínfimo, pero conviene saber con exactitud de qué estamos hablando. Luego, la banda a la que se ha invitado a participar en el estudio, son treinta. Treinta adolescentes. Pero, ¿treinta adolescentes dispuestos a decir la verdad? Nadie dice la verdad. Ni los adolescentes. Ni los científicos. Ni los enseñantes. No durante las veinticuatro horas del día. Ahora bien. Acordemos algo: estas tres decenas de individuos, son de los que, ante tan elevada encomienda, nobles como hijos de nobles, dan la cara y cantan las cuarenta. Efectivamente, cuando están con amigos, o cuando están solos, ya que lo que se llevan al gaznate es fácil de adquirir y sus padres bastante tienen con lo que tienen, por lo que no interferirán, comen. Comen ante las pantallas. Al fin y al cabo, les hemos enseñado a comer ante la tele o en el cine- pantallas al fin- sin motivos escandalosos que obliguen a una desautorización enérgica. Mas, si no les gustaran los ultraprocesados, no los comerían. Como no fumaría aquel fumador si el tabaco le supiese a rayos. ¿Han de estar solos los muchachos y, a la vez, no solos del todo, es decir, estar con un centinela que se ocupe de reconducir sus inesperados impulsos? No me ocuparé de la respuesta… Hace poco escuché una breve conferencia a cargo de un psicólogo en la que predicaba acerca de la influencia del entorno en el comportamiento de las personas. Y sostenía, si no lo entendí mal, que cambiar, cambiar porque uno se encuentra en mal estado, cambiar a mejor, depende más de una modificación del entorno que de la fuerza de voluntad. Ahora pienso que hacer del entorno personal otra cosa, también requiere voluntad y determinación, así que regresamos a la casilla de salida. Cuesta. Y cuesta, cuando uno conoce que algo estimado como deseable puede afectarle a corto o a largo plazo de una manera negativa, cuesta decir no. No como quien se hace cruces a fin de espantar al diablo, sino para dosificar el veneno. Para negarse el veneno que es mucho mejor que ingerirlo, aunque sea en cantidades admisibles. Si los chavales y los no tan chicos, comen productos ultraprocesados, es porque a sus características adictivas no se opone nada. No hay, no hubo, alternativa. Además, es un caminito fácil. Como ahora se quiere que sea la vida. Lo menos complicada posible. Sobre todo si lo que se espera es una sucesión de placeres. Nada sencillo. Así pues, a uno ha de gustarle todo eso que se dice fronterizo con el mal o propio del mal mismo. Si no es así, no hay caso. Hubiera sido magnífico preguntar a los pocos poquísimos que, cuando comen frente a una pantalla, si es que les place, devoran alimentos de mejor calidad o a quienes, simplemente, no comen frente a una pantalla, cómo lo hacen. O estudiar a los inmunes, que los habrá, a los efectos perversos que ya se citaron, para conocer de qué medios se puede dotar a la naturaleza, o como servirse de aspectos desconocidos de la misma, para sacar adelante a la gente. Al menos a esos treinta. Me destoso.
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