FRENTE NUBOSO DE GUARDIA
Buenas noches nocturnas… He de suponer la decepción general experimentada, cuando los cielos descienden a la tierra, en su versión gaseosa, si se quiere ver con comodidad el Monte Fuji, en Japón. Allí, según noticias conocidas por mí esta misma mañana, porque a los residentes y a los visitantes, les place observar este enclave de la naturaleza, en contra de lo que pudiera venir a continuación tras las primeras palabras de este comunicado, no han puesto ventiladores gigantes para evitar la niebla. No: han levantado un muro. ¿Un muro contra la niebla? No. Olviden ya la niebla. Pasa que, los turistas en la localidad de Kawaguchiko, próxima a la montaña antes citada, desean acceder a un mirador para hacer fotografías y fotografiarse con ese paisaje de fondo y no dudan en cruzar la carretera… en masa. Ocurre que el tráfico ha de ralentizarse hasta el colapso. Además, todo esto, con ser una fuente de peligros innecesarios, choca con el modo de vivir local. Choca y mucho. E, inmediatamente, como hacemos aquí, cabe hablar de los modos y maneras para conciliar lo que es una fuente de ingresos con la necesaria estabilidad de la vida de quienes habitan tantos lugares preciosos. No cabe duda de que es uno de los temas de nuestro tiempo. Imagino que esto no sucede en algunos países y temo, sin embargo, que, en esos territorios, estarían encantados de “padecer” este tipo de trastornos. Sea como fuere, otra vez desde el punto de observación que ha sugerido ELLA- puesto muy acertado, he de decir- la ausencia de muros a la vista es evidente, aunque ciertas líneas costeras se distinguen con dificultad. En otras ocasiones se divisaban las cosas, las casas, los edificios, de una manera clara. Pero hoy no. Suspendida sobre las aguas, mar adentro pero no tanto, una nube de guardia. Una nube presta a repartir lluvia a nada que se dieran las condiciones adecuadas. Disfruten del sol, parecía decir, disfruten. Pero estén alerta. Nunca se sabe. En cinco minutos podemos montar una tormenta de esas con ventolera súbita y despiadado granizo. No iba a ocurrir, no ocurrió, mas, ¿y si sí? Las jornadas anteriores, ya lo saben, han traído alguna inestabilidad más o menos severa. Anoche mismo tronó. Y hubo riego. De modo que… Prevenidos. Prevenidos pero no intensos. Por suerte, si madrugas, y era temprano cuando sucedió esto de lo que facilito información ahora, las personas, aún bajo los efectos de la herencia sabatina, tardan en pertrecharse, siquiera para desayunar. Así que fueron desfilando, ocupando localidades en el chiringuito y desplegándose por el estrecho arenal con los materiales de acampada propios del verano: sombrillas, mesas, sillas, neveras, toallas, pelotas… en fin, un ajuar completo. Por supuesto, cuando los recintos de hostelería están llenos, si cabe, se puede esperar a su desocupación, pero en aquellos otros lugares en los que no existe un número determinado de personas como máximo posible, como ocurre en hora punta en el transporte público, por ejemplo, los ciudadanos son partidarios del hacinamiento. Si alguien tiene que irse, que sea el vecino. De ahí las aglomeraciones. De ahí los muros. De ahí las maniobras disuasorias para que lo digno de ser visto no se arruine ante el avance de la marabunta y decaiga la existencia de los que viven allí. Por otra parte, contemplé con agrado las evoluciones de unas aves que se sumergían en las aguas, dejándose caer en picado, para pescar. Si mis ojos no me engañaron, de tres intentos fallaron tres. Me hubiera gustado saber de qué pájaro se trataba. Eso es lo único que lamento. Me destoso.
La imagen se obtuvo mediante los servicios que proporciona COPILOT.
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