PRISIONEROS
Buenas noches nocturnas… Me entero, por medio de un usuario de X, de la publicación de una columna periodística. Con la firma de Manuel Vicent. En el diario El País. A cuenta de la Noche de San juan. La leo. La disfruto. Es melancolía teñida de cierta esperanza. Tristeza suave. “A la caída de la tarde te preparas una copa, pones la música que te gusta, la que te recuerda los momentos más felices, y si desde el fondo de la memoria llegan las lágrimas, te dices, no pasa nada, ya verás, todo irá bien, todo va a ser como antes. Suena Chet Baker, canta Ray Charles. La pena es azul. Eso es el blues. Puede que alguna lágrima baje a diluirse con la ginebra que te moja los labios, una fusión que te lleva a lejanos besos con sabor a vainilla. Pese a todo no hay por qué estar triste”... No debe haber, pero se está. Alguien lo está. Alguien en el mundo está triste. Como otros desesperados, o jubilosos, o apáticos. Claro. Pero dicen que, con los fuegos de esta noche, arde todo lo que nos hizo daño. Basta, aseguran, llevarlo a la hoguera y que se ocupen las llamas. Puede que existan ritos, que desconozco. Puede que haya rezos o conjuros, no lo sé. Lo desconozco todo de esta fiesta. Nunca participé. Nunca he sintonizado con este tipo de supersticiones. Creo que con ninguna. Sea como fuere, también pienso lo mismo: vista una fiesta, vistas todas. Si no hay alcohol, no hay fiesta. Y digo alcohol como fiel de una balanza en cuyos platillos se pueden distribuir otro tipo de estimulantes añadidos. Y sí, si quiere, llámenos drogas. Pero no es por esto. No es esto lo que me ha apartado de esta fiesta. Sé lo necesario de algunas otras y, salvo por las compañías ante las que en algún caso reconocí su capital importancia, casi nada hay que pueda atraerme de lo que, si no sé más o menos como comienza, estoy seguro de adivinar su final y de cierta parte de lo experimentado entre medias. En todo caso, el veterano periodista, realiza una fotografía lírica de unos instantes, ocurridos anteriormente, a punto de suceder o pertenecientes a la ficción. Nada importa. Nada, porque estoy atendiendo a otra particularidad. Es porque he visto una fotografía, un retrato de Marlene Dietrich realizado en 1948 por Irving Penn, en New York, y concibo, de pronto, esa captura mediante la cámara- hablo en general- como una prisión, un breve estado penitenciario al que nos sometemos sin importar el humor que tengamos en cada una de esas ocasiones. Por suerte el periodo de tiempo que pasamos en esa cárcel es tan breve que apenas nos damos cuenta. Pero lo siento así. Es como puedo explicarlo. Da igual si los horizontes que respaldan nuestras hechuras son amplios y luminosos. Da igual. Nos cazaron. Con nuestra anuencia, si cabe. Nos cazaron. Nos retuvieron. Estuvimos presos. Esto podría explicar, también, por qué me gusta poco salir en las fotos. Tal vez sospecho que pueda prolongarse la retención. Será superchería y me estaré contradiciendo. Mal… “Enseguida con la majestad consabida saldrá el sol. No te equivoques. Ese es el sol que sale para todo el mundo. Se trata de una bomba de hidrógeno. El tuyo, ese sol que está hecho a tu medida es el mismo del de Pitágoras cuya luz te hará ver la armonía de todas las cosas, pero solo saldrá si lo mereces y lo llamas para llevarlo siempre en el cerebro bajo el sombrero de paja. Suena Chet Baker. Ya verás, todo irá bien, todo será como antes”. Me destoso.
La imagen es de Irving Penn y aparece en:
https://x.com/Paolo1264/status/1804890274314789309
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