CON BILLETE DE IDA
Buenas noches nocturnas… Al parecer, en algún lugar de Galicia, ciertos automovilistas foráneos, encantados de haber encontrado un sitio en el que dejar su medio de transporte, lamentan ahora los daños ocasionados por la mar oceánica. Existe la costumbre, según han contado, de estacionar en localizaciones portuarias. En el momento de los hechos, antes de la subida de la marea, secas y concurridas, había otros turismos también allí con plaza. Los cronistas aseguran que, la mayoría de esos vehículos a motor, deben ser propiedad de residentes, personas conocedoras de la mar y sus circunstancias, diligentes a la hora de actuar, y salvar los muebles, como se dice metafóricamente. Porque ya saben lo que hay. Viven allí. Estos afectados a los que me refiero no. No, pero reclaman a la municipalidad, haciéndola responsable de la falta de cartelería situada bien a la vista para avisar de esos movimientos acuáticos malignos. Bueno. En parte de la información a la que accedí, se dice, también, que no se puede estacionar en sitios como los indicados: ese tipo de rampas situadas para entrada y salida de embarcaciones. O sea que, ni propios, ni extraños. Pero, si forastero, ándese con ojo amigo. Ándese con ojo y pregunte, entérese, no sea que vaya usted a sufrir todo género de inconvenientes, porque no hizo su trabajo antes. Es como cuando uno va a casa ajena. Si necesita algo o pretende alguna cosa, pregunta. ¿Dónde está el baño?, decimos. No actuamos según nos parece, salvo en condiciones de reincidencia y suma confianza. Pues, de viaje, ha de ocurrir lo mismo. Mejor, disponer de cierta orientación. Que no invito a nadie a disponer de una mesa de estudio y a hincar los codos aprendiendo las dimensiones de las baldosas del suelo que pisaremos, el material del que están hechas, quién o quienes las facilitaron, si se desgastan fácilmente, y si los regidores del enclave que visitemos tienen previsto sustituirlas o modificarlas. No propongo tal cosa. Enseguida se ve, si dialogamos, la cruz del asunto. La cruz como lo más alto, lo más importante. La seguridad. Fuera de nuestra casa, e incluso dentro de ella, cuanta mayor seguridad, mejor. Aquellos desprendidos, a menudo campeones del riesgo, esos que conocemos y no son necios, por muy fuera de control que nos parezcan a juzgar por los actos que protagonizan, son capaces de entender los códigos y actuar conforme a unas normas conocidas previamente y asimiladas a fin de hacer lo que quiera que hagan, con tranquilidad. Me han contado también- ELLA lo hizo- acerca de la inconsciente osadía de unos adolescentes, españoles, alardeando de su españolidad por calles italianas a la par que la selección española de fútbol había derrotado a la de Italia. Una imprudencia innecesaria. Si, por esto mismo, por significarse en “territorio hostil”, ocurre algún percance, aunque, desde luego, toda la responsabilidad es asunto de los posibles agresores, concurren los indebidos valores que se asemejan, en cuanto a los resultados, a acercarse a un cocodrilo en la seguridad de que el reptil nos atenderá solícito por cuanto nos ve festivos y llenos de amor. En todos los casos narrados, la tontería. Pero será así. Me destoso.
La imagen se obtuvo mediante los servicios que proporciona COPILOT.
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