FELICIDAD A SALTOS
Buenas noches nocturnas: se publica por la tarde a causa de razones de fuerza mayor... Finalizaba el partido de baloncesto. La selección española había vencido a la finlandesa, no sin incertidumbre y mucho sudor. Los espectadores estaban entusiasmados. Las imágenes de la tele, salvo por intervención maligna de algún operario capaz de manejar la inteligencia artificial a su antojo- al de él- permitían observar lo sucedido. Y, una de esas cosas comunes, cuando un acontecimiento deportivo se salda con triunfo, ocurridas en los estadios, si la masa humana coincide en su gusto por los colores del equipo victorioso, es que voceen, aplaudan, griten, canten y salten. Y saltan, sí. Saltan. Yo lo vi. Saltaron. Como me gusta el baloncesto, he de admitir que me sentía concernido. Prefería a la hueste patria, sobre todo porque era imprescindible ganar a fin de dar otro paso. Jugar un nuevo partido, contra Bahamas, concretamente, el cual, si se produce de nuevo un tanteo a favor de los atletas dirigidos por el italiano Sergio Scariolo, supondría la clasificación efectiva para disputar los Juegos Olímpicos en Francia. Entonces. Me sentía concernido, pero no obligado. Yo no vociferé, ni aplaudí, ni grité, ni canté y tampoco salté. De haber estado allí tampoco habría hecho esto último. De haber estado allí, incluso podría haber experimentado cierto miedo. Esas demostraciones de vigor me producen mucho recelo y la posibilidad de pensar que el edificio en el que se disputó el encuentro no se diseñaría para aguantar a cientos, miles, de personas saltando sobre las estructuras, haría mella en mí. Supongo que los arquitectos no tienen en cuenta estas apetencias humanas. Creeré que algunos piensen lo contrario. No estaré de acuerdo, sin menoscabo de considerar la idea de quienes razonen de ese modo. Sé que ocurre a menudo en el mundo y rara vez, si se experimenta una catástrofe así, son los protagonistas de la exteriorización de esas emociones a quienes se apunte en función de una responsabilidad, a mi entender, evidente. Mas, no he de escribir otra cosa, en consecuencia. Tal vez, por esto, día a día me gusta menos concurrir a lo que fuere, sabiendo que habré de reunirme con gran número de personas. Es inevitable, por supuesto, aunque, si está en mi mano, me emplearé en contra, diciendo no, gracias. Esto, de todos modos, significa lo que significa. La vida sigue. Con sus fortunas y sus inconvenientes. Unas veces, muchas, atravesando territorios de los que se recela y otras, las menos- se pongan como se pongan los ultra optimistas- cómodamente a pie y sin más interferencias. Digo, por tanto, admito, que, a pesar de identificar la adversidad y de conocer sus efectos, incluso si uno solo dependiera de sí mismo, sortear algunos disgustos no siempre parecerá factible. Vivir es un plato de cocina que tiene como ingrediente algunas amarguras que no se pueden retirar de la receta si nos servimos del verbo tal y como es. Ahora, a otro asunto, pausa y punto. Las escenas descritas al principio quedarán al margen de todo control, si es que se producen, puesto que no presenciaré esta final. La derrota del combinado español llevaría aparejada la suspensión de los fuegos artificiales y de toda la cohetería. De modo que, mañana será lunes, me enteraré de lo sucedido deportivamente, y la vida seguirá, desde luego. Sin problemas. O con otros problemas. Me destoso.
La imagen se obtuvo mediante los servicios que proporciona COPILOT.
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