FIESTA
Buenas noches nocturnas... Por segunda noche consecutiva, en especial en la ciudad de Madrid, unos vecinos elaboraron la tormenta perfecta, gracias a las bendiciones de la municipalidad. Es decir, un grave trastorno, aunque sin consecuencias relativas a la falta de legalidad de lo ocurrido. No sé, desconozco cuantas personas se concentraron en torno a la fuente desde la que preside el asfalto la diosa Cibeles, ni si todas eran partidarias del deporte, ni si abundaban los aficionados al fútbol, ni si el compromiso con la fiesta hace que, una vez convocada, magnéticamente, se vean atraídos propios y extraños. Carezco de datos acerca de la posibilidad de que la población de la capital de España, cuente, entre residentes y visitantes, a un número de ciudadanos suficiente como para asegurar que existe una mayoría de partidarios del deporte, el fútbol, la fiesta o España, partidarios de acudir a estas demostraciones de lo que es un amasijo o tolerantes con el concurso ajeno. ¿Qué sé? Nunca se nada y cada día que pasa, menos. La cuestión es, que festejar, por estas razones o por otras, no es una equivocación, y que, por desgracia, se acostumbra a disfrutar de todo proponiendo un seísmo. No sé por qué, pero es así: ante las murallas gritemos porque caerán las piedras. Ante el regocijo de los demás, abundemos en el bramido, no se vaya a pensar que callamos, que no estamos lo suficientemente alegres. Y si me meten un dedo en el ojo mediante el argumento de recordarme edades pretéritas en las que mis comportamientos se asemejaron a los de todos estos a quienes aludo, admitiendo mi culpa- no para todos los cargos posibles- diré en mi defensa, que la versión actual de mí, es la mejor de mis tiempos anteriores. Digo que algo aprendí, mientras me dirigía a este territorio. Por eso no exijo nada, no solicito nada. Allá cada uno con su manera de manifestar las cosas. No soy de prohibir, aunque constate día a día, que, si no se ponen límites y no hay castigos- partidario soy de los muy severos- la única solución pasaría por regresar a las condiciones de la ley del más fuerte como en el antiguo oeste americano. No obstante, consiéntase que exprese mi parecer: nadie me puede hablar de unión, de solidaridad, de hermanamiento, de todos esos valores y virtudes que, dicen, nos hacen más humanos, cuando, por ejemplo, para trasmitir «al mundo» lo radiante que estás, circulas con una moto a gran velocidad procurando que suene como si fuera armamento pesado sin importar las horas ni los lugares por los que transites. Y si insisten con que son tres, les diré que treinta y tres. La fiesta en la calle es un absolutismo revestido de democracia: quienes participan, y no hay límites para hacerlo, tienen derecho a todo, y los que no, que se jodan. Este es el lema. Este es el lema, hasta que los patrocinadores de tal axioma se ven afectados justo por lo mismo que no tienen empacho en administrar. Entonces, respeto, respeto y respeto. No, no me van a convencer. No, mientras no traigan pruebas... Por cierto que, uno de los oficiantes, el chaval español de origen magrebí- qué bueno porque juega con los nuestros y gana, qué despreciable si jugara vistiendo otra camiseta- Lamine Yamal, es, según me está pareciendo ya, patrimonio de la muchachada femenina, dispuesta, mediante otras artes, a comprobar si es un malote con el que compartir "bondades, suculencias", tenga novia o no. Esto también pasa. Los símbolos sexuales masculinos. Tal vez ligue más, tal vez, si no sabe regular su vida y dotarse de influencias juiciosas, pueda picar entre flores y plantaciones tóxicas. Y no me refiero solo a cuestiones que se hayan de resolver en el tálamo. En fin. Me puede la vida y redacto sin capacidad de reacción ante las evidencias de aplastamiento. La obtención de un Campeonato de Europa de Selecciones de futbol masculino- todo hay que decirlo- manda, y yo me inclino. Soy uno de tantos. Tampoco me salvo. No me salvo, pero me destoso.
La imagen se obtuvo mediante los servicios que proporciona COPILOT.
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