HUMILLACIÓN


Buenas noches nocturnas… Como me gusta el ciclismo o, mejor, como intento estar al tanto de lo que sucede en las grandes vueltas, en especial cuando las etapas no son un trámite más o menos prolongado, pues hasta que faltan cinco kilómetros para meta los equipos contemporizan antes de preparar la llegada a sus velocistas, esta tarde, de nuevo ante la tele para ver el Tour, me ha llamado la atención, digamos que he reparado, en la lucha, en la disputa, de los que figuran tras el líder. En este caso, Tadej Pogacar. ¿Por qué? Porque, entre segundo y tercero, y entre tercero y cuarto, existían mínimas diferencias y, puesto que mañana es la última etapa, contrarreloj en línea, alguno de ellos puede no ser tan espléndido en esa disciplina como en otras y, de resolverse hoy algo a su favor, mañana no habrían de temer. Puede que la clasificación general no varíe, pero ya se verá. No pretendo dar comienzo una crónica de lo sucedido, no me compete, así que seguro que encontrarán medios de comunicación en los que enterarse de todo, si es que es del interés de ustedes. Pero, claro, ya esta misma mañana, pensaba en otra cosa que puede comunicar con esta. ¿Cuál? La humillación. La humillación, ajena, me gusta. Me gusta presenciarla. No la humillación por la humillación. La humillación de los jactanciosos... Jactar tiene dos acepciones. La primera, según figura en el diccionario, en desuso, es: «Mover, agitar». Y la segunda, literalmente, «Dicho de una persona: Alabarse excesiva y presuntuosamente, con fundamento o sin él y aun de acciones criminales o vergonzosas». Por lo tanto, los que se jactan se mueven, obran con un dinamismo irrespetuoso, procurando atraer sobre ellos las miradas a fin de que se vea lo magníficos que dicen que son. Hay algunos de los adscritos a esta comunidad de bien pagados, menos floridos, desarmados si de pirotecnia queremos tratar, pero igualmente llenos, rebosantes de sí. A estos, incluso cuando tienen razón, los prefiero humillados. Si salen a pecho descubierto proclamando un surtido de virtudes ante las cuales convendría hincar la rodilla, doblar el torso en inapelable reverencia, toda contrariedad en sus despliegues, toda negación originada en las evoluciones de cualquiera de los despreciados a su paso, me reconforta, me satisface, me divierte. Ahí, aplaudo. Lo celebro e incluso brindo con el mejor de los caldos. La humillación de esta ralea, siempre es gratificante. Porque uno puede ser, efectivamente, superior. Puede demostrar sin ningún género de dudas que vale lo que dice que vale. Pero si se empeña en convocar a la humanidad a fin de ofrecer un discurso en el que se vaya a loar a su persona y el principal oficiante sea el sujeto mismo, cabe el tropezón. Cuando se acude a la trompetería, cabe un pedo desafinado. Y esto me entusiasma. Es tanto mi gusto por estos detalles de la vida, que, muchas veces, tengo un conflicto conmigo. Por ejemplo, hace poco. Para no irnos muy lejos de este ciclismo al que invoqué al principio, con el fútbol y el baloncesto. Una vez los seleccionados españoles que iban a disputar la final de la Eurocopa y los otros deportistas que jugaron para clasificarse y estar en Francia una vez comiencen los Juegos Olímpicos, hubo mucho triunfalismo. Abundaron los que ya habían ganado y los que empezaban a menospreciar a los rivales. Fue cuando sentí un impulso suicida y creí necesaria la humillación. No la de los atletas, sino la de esos espectadores, periodistas y tertulianos que comparecieron para afirmar lo machos y lo hembras que eran. Que lo eran ellos, dueños de los triunfos de las plantillas, aunque supieran de un balón lo mismo que de la cuadratura del círculo. Sentí que los combinados españoles debían perecer para ver a estos que digo, del todo humillados. Luego, como ustedes saben, no ha sido así. Lástima. Habrá otras oportunidades. Como las que tendrán Vingegaard y los otros a fin de destronar al esloveno ganador de su tercer Tour, cosa que se certificará mañana. Parece que para ganar hay que ser un valiente, a pesar de que los valientes no ganen siempre. Y, por eso, los valientes también pueden ser humillados. Como sea, solo se humilla a quienes tienen la boca como las fauces del hipopótamo. Eso sí, a diferencia de este, rara vez matan. Los valientes, muchas veces, no logran la corona, los laureles, y, aun de este modo, era espectacular ver los ataques que se depararon Enric Más y Richard Carapaz durante la ascensión al Col de la Couillole, antes de ser alcanzados por los caníbales del UAE y el VISMA. Para estos no hay humillación sino merecidísimos honores. Desde aquí saludo a los ciclistas y lo hago sin perjuicio de faltarles al respeto cuando circulan por las aceras. Los que lo hacen. Me destoso.


La imagen se obtuvo mediante los servicios que proporciona COPILOT.






Selección gráfica del día...

LUIS DAVILA en X 20 de julio de 2024



IDÍGORAS y PACHI en El Mundo 20 de julio de 2024



EL ROTO en El País 20 de julio de 2024




Selección de contenidos...

Primera:

Joaquín Sabina - Lágrimas de Mármol

En el Canal Joaquín Sabina

https://www.youtube.com/watch?v=0Rg5PFZV2tk



Segunda:

Javier Ruibal en 'Abierto hasta las 2': "Sueño que te sueño"

En el Canal Abiertohastalas2

https://www.youtube.com/watch?v=TsiZMemJVRU



Tercera: 

Cat Stevens - Father And Son

En el Canal Felipe López

https://www.youtube.com/watch?v=1-XhIhNWqgI

















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