SUPERPODERES
Buenas noches nocturnas… Al final, elegí el que escribo a continuación: “Mi alma tiene la misma fantasía de un niño; donde hay un reflejo verde, ella ve un prado. (Juan Ramón Jiménez)*”. Apareció en una cuenta de X cuyo administrador titular es @SAforismos. En algún sitio del mundo, o sea: del planeta, se celebra hoy el Día Universal del Aforismo y he querido sumarme mediante esta pieza de un poeta, en esas lides y en todo lo demás, muchísimo más cualificado que servidor. Ahora bien: ¿puedo aplicarlo a mi persona? Alma, no sé si tendré. En ocasiones he escuchado a científicos que sostienen el parecer de atribuir al cerebro humano todo lo que se relaciona habitualmente con esa supuesta esencia. He de decir que concuerdo. Por lo tanto, si se pretende de esa condición una consecuencia trascendente, propia de verdades religiosas, ya que carezco de fe, no puedo localizar el alma como inaprensible sustancia, sin la cual, en el caso de continuar como actor secundario de la vida, habría de tener una existencia dificultosa y, a buen seguro, caer en todo tipo de maldades. ¿Soy un desalmado? Errores he cometido y cometeré, pero, de momento, ningún crimen. Tampoco tengo mala prensa entre los que me estiman, aunque no sé si todos los que me conocen piensan igual. Debo admitir, además, que pueda serlo y no haya llegado a darme cuenta. Pero, vamos a favor. Sea un alma espiritual o una fuerza inexplicada que propicia en las personas registros más allá de la funcionalidad lógica, supongamos que sí, que tengo alma. Para un poeta, es sencillo dictaminar si las almas tienen fantasías o no las tienen. Es uno de sus superpoderes. No el único, por cierto. Así que, si el poeta se llama Juan Ramón y se apellida Jiménez, podría rivalizar con éxito de tener que enfrentarse a los titanes de DC o de la Marvel. A los buenísimos y a los villanos sin discusión, y debo hacerle caso. El alma, mi alma, es fantasiosa. No tanto, claro, como la del poeta, que no pretendo emularlo ni poner en tela de juicio su altura intelectual mediante el simple ejercicio de juntar unas cuantas palabras, que es lo mío. Y, ¿fantasiosa como la de un niño? ¿Hay un niño en mí? Porque a eso también se remiten las personas. En muchos casos, a recuperar al niño que fuimos o al niño que todavía nos habita. Si para describir a un niño, si para nombrar sus virtudes, hemos de reunir palabras como juego, curiosidad, y aprendizaje, bien. Hay un niño en mí. Mas, en el caso de no quedarnos a medias, habremos de servirnos de otros términos menos adecuados, pues los niños no son perfectos. Entonces, por escoger otros tres, habrá que añadir, disperso, antojadizo, incontrolable… Y de estos ingredientes, tras un análisis rutinario, puedo decir que apenas advierto trazas en mi organismo. Soy niño, pero mucho menos niño de lo que cabría esperar. No doy la talla. La comparación no surte en este escribidor los efectos pertinentes. Claro que, no se trata de mí, sino del poeta. A él sí le pasan esas cosas. Si yo fuera poeta, tal vez estaría en camino. Pero no lo soy. No lo soy. En condiciones normales, si pretendiera emular a Juan Ramón, para decir verdad, solo las palabras que siguen podrían sostener el envite: De tener un alma, puede que viera una cúpula celestial donde, en realidad, solo se constató un principio de acuarela; la misma fantasía de un niño del que he sabido por otros cuentos. Me destoso.
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https://x.com/SAforismos/status/1807442721763971349
La imagen se obtuvo mediante los servicios que proporciona COPILOT.
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