TROPEZÓN
Buenas noches nocturnas... No hay rebote, no hay defensa, hoy, en el partido de hoy, no la hubo, y solo ciertas rachas de talento, maquillaron lo que pudo haber sido una derrota contundente. Me refiero a los atletas baloncestistas españoles, sobrepasados por sus rivales, jugadores australianos, quienes, sin ofrecer una representación magnífica, estuvieron a la altura de su juego, sin grandes errores. En competición, sea cual sea la especialidad, manifestar relajo tras un contratiempo como el aludido es tanto como admitir, con merecimiento, los reproches que puedan derivarse de los actos deportivos objeto de la crítica. Quedan justificadas esas discrepancias. No lo digo porque fuera el caso. Lo tengo en cuenta porque de haber existido esta forma de desidia, como cuando se da el acontecer de la derrota, sin otros agravantes, repercute en los ánimos de los espectadores que optaron por una escuadra en perjuicio de la otra, y es lógico encontrar en las personas una apreciable dosis de abatimiento. Hay quienes lo pasan muy mal, claro. Sin embargo, son posibilidades reservadas a los obsesivos. De modo que, sin aspavientos, perdieron. Ellos, derrotados, y nosotros no felices. ¿Felices? ¿Qué es la felicidad? No espero respuesta y, descuiden: les ahorraré una nueva definición. Con las que existen tenemos de sobra. Que cada uno se acoja a la que más le cuadre. Al fin, la felicidad, como el amor, independientemente del propio significado de las palabras, admite pormenores y matices. Algunos, incluso, se atreven a designar lo que no son ni la felicidad ni el amor. Me he encontrado con personas así. Personas atrevidas, audaces. Gente que tiene clara la negación, aunque prescinda de todo certificado acerca de la materia misma que se niega. Porque, digo yo, enunciar el rosario de supuestos inadecuados, de aquello que no es, solo es posible si se identificó, previamente, la naturaleza concreta de lo expuesto. Regresando a esto del amor y de la existencia feliz, conviene tener una idea precisa que permita explicar lo que concierna a esos dos conceptos si se quieren proponer, en consecuencia, los descartes correspondientes. De hecho, la única dificultad en estos juegos de comunicación, a mi juicio, se mide con la posibilidad de trasmitir una idea que sea comprensible y validada por casi cualquier otro interlocutor. ¿Existirá un consenso acerca de estos valores absolutos, algo a lo que apelar, de tal manera que se pueda partir de esa base para adentrarse, en compañía, por otros caminos más enmarañados? Pienso en un denominador común. Porque nos hemos dotado de algunas palabras que aluden a las relaciones, a sus particularidades y «reglas», y con eso ya resolvemos parte de la ecuación. Decimos, por ejemplo, Mengana sale con Zutano. Y si nos guiñamos los ojos, se entiende que, además de afectos, puede que existan, con toda probabilidad, intimidades físicas. Así que ya está. Luego vienen los poetas, a quienes hemos conferido autoridad para describir el entramado del amor o de la felicidad y de las miles de variantes arquitectónicas que en el mundo son, y se extienden acerca de estos y de otros temas a la vez que nos descubren un muestrario de preciosidades semejantes a las que logran los mejores orfebres. A estas horas, por tanto, aunque nunca manifesté ser partícipe de ningún idilio con el deporte, ni con el baloncesto, ni mi simpatía por los atletas es tal como para acudir al lugar por donde pasen e inclinarme ante ellos, me siento contrariado, menos feliz, por la derrota, sea lo que sea la felicidad. Un sueño, tal vez, como dicen que dejó dicho Jack Kerouac: «La felicidad consiste en darse cuenta de que todo es un gran sueño extraño». Y aquí nos vamos. Me destoso.
La imagen se obtuvo mediante los servicios que proporciona COPILOT
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