AGUA Y SAL


Buenas noches nocturnas... Dice, «Agua y sal/ me haces beber,/ con culpa me sostienes el vaso,/ me haces mal,/ puedes disfrutar, si me ves desde un rincón por horas./ Horas llenas/ como un lago/ que si llueve un poco de menos, es un charco; quisiera decir: "No conviene/ soy yo la que paga, amor, todas las penas"». Parte de la letra de una canción que cantaron Mina y Adriano Celentano. Una de esas piezas de «ni contigo, ni sin ti». La alegría del amor y el veneno de la relación. He llegado a ella leyendo una entrevista que se le hizo a Carlos Boyero, el crítico de cine. La menciona en el contexto de las últimas voluntades que pudiera tener. Una canción para sonar durante la despedida que se le brindara. Se lo dice a Lorena G. Maldonado en El Español. La canción, descubierta para mí a expensas de este relato, también me gusta. No comprendo esos amores, aunque para la literatura y el arte son magníficos. Pero, estuve pensando en otras cosas. Asuntos cotidianos que, a pesar de la bondad con la que se abordan, suponen una desagradable e interminable intoxicación. Por ejemplo, beber agua. Se tiene sed, apetece, combina, agua, transparente agua, fresquita, la mejor. Ahí está, en la botella. Vamos al recipiente, y cumplimos con la normativa: el gesto aprendido hace tanto tiempo. Justo cuando lo idílico empieza a desvanecerse. ¿Por qué? Ya saben. El tapón. Ese imperio que obliga a mantener el cordón umbilical del malvado plástico y tanto fastidia. De esta manera no se puede. Se sigue queriendo agua, es necesaria. Tanto como que se convierte en un martirio a causa de la difícil manipulación. Se desea beber y se odia llevar a cabo la maniobra. No conviene. Prevalece la necesidad, pero es un disgusto. En todo caso, ¿cuánto hay de todo esto en nuestro día a día? Asuntos comunes, propios, para bien, e inusualmente desdichados. ¿Nada en el horizonte de sus aconteceres? Piensen en sus automóviles. Un artefacto adquirido mediante considerables sumas de dinero, que una vez conquistado, al margen de las averías registradas a causa del desgaste, por el paso de los años, ha de dormir, mejor, bajo techo; al que hay que alimentar con combustible, pues no de otro modo se circula, lavados, exámenes de idoneidad, impuestos... el gasto nunca termina. Concede autonomía a sus dueños, facilidad para desplazarse, pero, oiga, ¡qué gasto!, ¿no? Te quiero, te quiero, pero me muero, me muero... Lo que sostengo, en líneas generales, es, por otra parte, indiscutible para la vida. Conectar con otros, seres vivos o no, tiene un precio. Nada es gratis. Nada es paradisiaco todo el tiempo, ni se mantiene sin entregar, a cambio, algo de lo que se posee. Me das, pero habré de darte. De acuerdo. Lo extraño es perseverar en los desequilibrios, cuando esa función que facilita la ecuanimidad está, desde luego, rota. Digo, siempre y cuando no se observen condicionantes abusivos. Sin que haya obligaciones y sometimientos. Sé que esta forma de ver el mundo es muy de mis ojos, que otras personas advierten y perciben las cosas de manera menos punzante. O no les importa. O les da igual. Así que todos contentos. Tiene que ser la diversidad. Me destoso.



https://www.youtube.com/watch?v=HRZ042XilKU





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https://www.youtube.com/watch?v=8S_vfAJaJeo



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Tercera:

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