SER VIEJO
Buenas noches nocturnas… La noticia a la que me remito da cuenta de una muerte. Falleció María Branyas, mujer catalana, a los 117 años, en Olot (Girona). Según se han encargado de especificar los medios de comunicación, la más longeva. Si quieren, la más anciana. Porque, por lo visto, decir o escribir la más vieja, es servirse de una expresión ofensiva. Desde luego, un asunto cargado de infundadas conjeturas. En el diccionario, las alusiones que permiten determinar lo viejo asociándolo con “Deslucido, estropeado por el uso”, no aparecen hasta la quinta acepción. De modo que, hay que tener inequívoca voluntad de calificar insultantemente a alguien, y demostrarlo mediante adjetivos, si solo se emplea la palabra, para decir viejo y procurar daño. Pero bien. La más longeva, cosa que, por otra parte, a salvo de ampliar lo conocido, parece una consideración con la que estar de acuerdo. Entre el resto de la fauna y de la flora existen ejemplos sobrados de supervivencia prolongada y mueren, todos los días, sin que pase nada. O sea: esta señora, además de haber vivido mucho, lo habrá hecho dejando un historial estimable, competencias que desconozco, pues el solo hecho de fallecer tras haber vivido tanto o cuánto no parece bastar, salvo como dato curioso. Un comentario que hice, en función de esto último, fue: “A rey muerto, rey puesto”. De hecho, ya se está buscando sucesor o sucesora. Proponen a otra dama. Una japonesa. Bien. Pero, ¿y el más joven, el más temprano de los seres humanos contemporáneos? Si todo recién nacido es una persona, ¿cada cuántos segundos, ha de modificarse el tiempo de permanencia en el trono de la extrema lozanía? Habría que examinar los archivos, los registros oficiales, para dotar de nombres propios a los campeones de cada jornada. Todos ellos, además, aspirantes a ser los más ancianos de la Tierra. “Ánimo, si quieres, puedes”. Es una carrera en la que estoy. Fui el más joven. Carezco de información para anotar aquí durante cuánto tiempo. Seguramente un reinado brevísimo. La corona no me pesó, pues no debí experimentar conscientemente que la llevaba. Sea como fuere, encuentro el texto de una fábula de Félix Samaniego que se titula El Viejo- ¡qué ganas de fastidiar tuvo el escritor!- y la muerte. Y la pieza rimada dice así: “Entre montes por áspero camino,/ tropezando con una y otra peña,/ iba un viejo, cargado con su leña,/ maldiciendo su mísero destino./ Al fin cayó, y viéndose de suerte/ que apenas levantarse ya podía,/ llamaba con colérica porfía,/ una, dos y tres veces a la muerte./ Armada de guadaña en esqueleto/ la parca se le ofrece en aquel punto;/ pero el viejo temiendo ser difunto,/ lleno más de terror que de respeto,/ trémulo la decía y balbuciente:/ Yo… señora… os llamé desesperado;/ pero… acaba, ¿qué quieres, desdichado?/ Que me cargues la leña solamente./… Tenga paciencia quien se crea infelice,/ que aun en la situación más lamentable/ es la vida del hombre siempre amable;/ el viejo de la leña nos lo dice”... Porque morirnos, nos morimos, cuando toca. Unas veces con oposición, otras porque se escucha el clarín e intervienen fuerzas ajenas que se imponen. Hoy por hoy, respiramos, luego seguimos en la carrera. Quién sabe si al fin, cuando el fin, saldremos, con gloria, en los periódicos. Y si cuela lo de que terceros nos lleven la leña, mejor. Me destoso.
https://albalearning.com/audiolibros/samaniego/f1-4-04viejoymuerte.html
La imagen se obtuvo mediante los servicios que proporciona COPILOT
Comments
Post a Comment