LA CAJA
Buenas noches nocturnas... Esta mañana pude estar sugestionado. Pude. Pero, en realidad, sin saber cómo, tal vez eso no importe ahora, me trasladé al futuro. Uno pisa una baldosa suelta, salta un charco que pareciera un espejo depositado contra el asfalto, qué sé yo. En las narraciones, quien protagoniza estos episodios extraordinarios, identifica los pasos a los que me refiero y los atraviesan para ir y venir, cual interesa al autor de tales historias. El caso es que, en el sentido contrario al de mi marcha, me crucé con una señora, de la que recuerdo, nada más, que era menos alta que yo y que llevaba consigo una caja de cartón de medianas dimensiones. Entonces, como un efecto palpable de mi vecindad con una época ulterior, lo supe. Las personas habían empezado a prescindir de casi todos los servicios que prestan las empresas de paquetería durante la enésima crisis. Para evitarse gastos; para dotar a esos envíos de una personalización que no se estaba facilitando; por seguridad y confianza, ya que muchas de estas mercancías requieren un trato especializado pocas veces tenido en cuenta; a fin de garantizarse los horarios de entrega y recepción; para contribuir a la propia salud, obligándose a caminar cumpliendo con unos estándares físicos cada vez más imperativos; con motivo de poner el granito de arena personal ayudando a la reducción de la huella de carbono y por pura sociabilidad. Sin embargo, como la gente habla y lo hace con los demás- en los comercios, sin que se haya admitido tal posibilidad a cuenta de la relación que se tenga- conocí, porque había ido a comprar algunas cosas, que existía miedo y ansiedad. Que lo de las cajas por la calle, en algunos casos estaba relacionado con lo anterior, aunque no fuera sino una tapadera. Enseguida me percaté de un detalle hasta ahora sin menciones por mi parte y que comparto a continuación. La señora del principio, la que llevaba una caja de cartón de medianas dimensiones, entregó su carga a otra persona... Pues bien. Este era el caso. La gente empezaba a transportar cajas porque se decía que, más allá del contenido de las mismas, en algunas ocasiones, el receptor se convertía en una persona muy afortunada. Un registro, por contra, minoritario. Casi siempre se imponía la adversidad. No con reiteración, pero sí con mucha frecuencia. Entonces, las personas dudaban. ¿Exponerse a recibir una caja o no? Contaban de grandes fortunas con nombres propios, apellidos y lista de posesiones que llegaron a ser lo que eran tras haber recibido una de esas cajas. De los otros, de los que arruinaron sus vidas, preferían mantenerse al margen. Algunos, a pesar de que cada quien estaba facultado para rechazar la caja que se le pudiera entregar- cosa que redundaba en fortuna o en perjuicio para su poseedor una vez se deshacía de ese transporte- salían a las calles con su propia caja pensando en una vida tranquila. Con una caja en las manos, nadie les iba a poner en el brete de elegir. Era como haber lanzado una moneda al aire con la idea de que cayera de canto, y acertar. Un seguro. Así y todo, nadie sabe como empezó un tráfico como el que acabo de describir. Un cierto número de ponentes aseguraron que las cajas pesaban mucho. Otros sostuvieron con vehemencia que se trataba de portes extremadamente ligeros. Otra incertidumbre más. De lo que estoy seguro es de haber repetido la maniobra porque estoy aquí. Con ustedes: cerca de concluir este comunicado. Una cosita de sábado. Mañana, más. Me destoso.
La imagen se obtuvo mediante los servicios que proporciona COPILOT.
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