NESSIE
Buenas noches nocturnas... La duda es la duda. Caminamos, suelen hacerlo las personas que observo y me incluyo aceptando que alguna vez lo he hecho, caminamos por algo en particular, pero no sé bien por qué. Cada uno tendrá sus razones. Acudimos a los límites de las plataformas continentales y caminamos. Por ejemplo, a fin de hacer ejercicio. El aire libre en la costa, al lado del mar, es manifiestamente mejor que en territorio asfáltico, allí dónde diversos emisores de partículas tóxicas contaminan. Moverse, en todo caso, es plausible. Es recomendable. Es satisfactorio, en determinados casos y, sea como fuere, si apetece, apetece. Mas, habrá quienes caminen porque se aburren. La contemplación por sí misma no debe bastar a las gentes cuando vivimos en sociedades necesitadas, urgidas, de una sucesión de estímulos. Cierto que, no extrañaría ver como se agolpan las personas a fin de examinar las aguas en espera de dar la voz de alarma cuando se divisa la aparición del monstruo. El monstruo, en el mar, es el tiburón. Digo en esa franja a la que los sapiens de secano nos dirigimos para realizar un buen surtido de actividades. Luego ya, lejos de tierra firme, bastante lejos, otras criaturas de Dios acechan. Estas, todas, las amenazas emparentadas con lo conocido. Porque hay otras posibilidades, tangibles a pesar de las alusiones hechas sin pruebas que corroboren su existencia, como los antiguos ovnis y las leyendas, y con leyendas me refiero a seres casi mitológicos como Nessie: el habitante acuático del lago Ness. Tal vez vayamos al mar, y paseemos, cambiando de ubicación, por tanto, para ser de los primeros en decir, «¡Lo he visto!». Como los cazadores de Nessie en Inverness. Ocurre, no obstante, como decía, que, en la parcela sita en primera línea, todo lo más, segunda, de la playa de su preferencia, no hay muchos acicates. Nada que tenga que ver con la mar, salvo que, haya mucho tráfico. Es decir, profusión de agentes exteriores- pájaros, navegantes, bañistas- o interiores: quienes habitan la mar. Pero estos no se ven y si se vieran, ¡cuidado! Muchas veces son presencias ante las que cabe desconfiar. Por cierto, como cabe el recelo acerca de nuestros semejantes, siempre. Desconfiar de esos que caminan. Y lo pueden hacer, dar un paso después de otro para ir y regresar, asunto este bastante común, parecido al efecto de golpear una pelota contra una pared, que rebota y sale despedida hasta el lugar de origen, más o menos, lo pueden hacer y lo hacen, por tradición. Porque es lo que se realiza en esos lugares de convergencia. Algunos preferimos la excepcionalidad, aunque temo que se trate de una opción minoritaria. Al resto, a la mayoría, no solo no le importa coincidir con una multitud y formar parte de la misma, sino que, si se encuentran en el trance de establecerse en un lugar por el que luego no pasará nadie, experimentan incomodidades notables. Esto, claro, salvo que se presente la oportunidad de dar testimonio y decir que ellos fueron los primeros. Reniegan y prefieren evitarse, en lo sucesivo, ese tipo de situaciones. Se camina también, por cansancio. Lo habitual, cuando se logra sitio en uno de estos arenales, es tender la toalla o acomodarse en la butaca traída a los efectos de aposentar el propio trasero de una manera más civilizada, y esto, esta exigencia anatómica, agota. El culo de cada uno admite cumplir con sus funciones y espera, a cambio, cierto respiro... sí, también un paréntesis para ventosear. Pero estiman adecuada una reducción de las horas de trabajo semanales y esta es una cuestión que hay que atender. Al menos, abrir una mesa- mejor, disponer de una- para sentarse a ella y discutir los detalles. Conversar, proponer y volver a la condición bípeda de cada uno, salvo por lesiones u otras contingencias, antes del acto ceremonial correspondiente para certificar la fumata blanca. En fin. Que estamos de camino. Siempre. Por eso me voy ahora, me retiro. Mañana, lunes. Me destoso.
La imagen se obtuvo mediante los servicios que proporciona COPILOT
Comments
Post a Comment