UN CUENTO
Buenas noches nocturnas… Hoy me dirijo a vosotros, queridos niños. Alguien tiene que prestaros un poco de atención. Seguramente, durante estos días, incapaces de explicaros por qué tenéis que absteneros de hacer esas cosas que tanto os divertían, estaréis sufriendo a la vez que libráis una batalla contra los adultos, esos a sueldo de vuestros padres- paguen directamente o a través del estado gracias a los impuestos que abonan- fuerza de choque entrenada para hacer el trabajo sucio. Luego llega la noche y, entre el colegio y todas esas otras cosas a las que os obligan para que estéis a buen recaudo, en academias y centros deportivos, todo vuestro vigor disminuye y, aunque os resistís a claudicar, aunque la propulsión de vuestros caprichos no alcanza para alborotar la vida cual sucede a primeras horas de la mañana, cesa el imperio de vuestro antojo de una manera lastimera e intolerable. Por eso, os voy a contar un cuento. Un cuento, antes de dormir. Veréis. Érase una vez, un país como cualquier otro país. Con ciudades y pueblos. Con animales, bosques, jardines, montañas, prados, valles, playas, miradores, rotondas, semáforos, cucarachas, toboganes, trenes, camiones de bombero y todo tipo de carriles para ordenar el tráfico. Por supuesto, había coches. Muchos coches. Infinidad de coches. Un día, los que mandan, los mismos que ahora, que eran los de antes y serán los del futuro, porque a pesar de ser personas distintas, representan las mismas cosas, ya lo entenderéis, los que mandan, digo, decidieron que los coches iban a prohibirse. Imaginad. Un día como hoy, jueves, y, a la mañana siguiente, un viernes, los coches habían desaparecido. Los que mandan, cuando quieren, no solo son poderosos. También pueden hacer encargos. Y, mediante una buena paga, algunos de los más acreditados magos y prestidigitadores de todo el mundo, se encargaron de hacer desaparecer toda esa chatarra. Resuelto el problema de los coches, los ciclistas fueron los primeros en celebrarlo. Por fin había sitio, gritaron a la vez que pedaleaban. Los niños de aquel país también estaban muy contentos porque disponían de amplísimas explanadas para jugar al fútbol, sobre todo ahora que existía consenso entre niños y niñas para dar patadas a un balón, gritar goles, y hacer festejos creativos: de esos que se realizan con gestos y posturitas dignas de cualquier vídeo que luego aparezca en las redes sociales. Es cierto que, los ciclistas y los niños empezaron a llevarse mal. Los de las dos ruedas se empeñaban en interponerse relampagueantes cuando los delanteros y los defensas se batían al borde del área como guerreros legendarios. Los niños ciclistas, porque algunos tenían bici, lograron la etiqueta de grupo de presión. Unos y otros los querían de su parte para imponer unas reglas favorables a sus intereses. Por otro lado, los hosteleros, decidieron que, con tanto sitio, nadie se enfadaría si ampliaban el espacio ocupado por sus terrazas. De nuevo multitudes y conflictos. Así que los que mandaban obraron, otra vez, el milagro: ni terrazas, ni bicicletas, ni fútbol. De este modo, la superficie para ir y venir sin tropezar con nadie se había incrementado muchísimo. Era la caraba. Pero esto duró poco. La inmensidad terminó por resultar problemática. Porque, a ver: ¿qué se podía hacer con tanto espacio? Un garaje, dijeron algunos. ¿Un garaje? Pero si ya no tenemos coches. Ah, es verdad. ¡Qué tiempos aquellos!... Empezaron a lamentarse consumidos por la nostalgia y suplicaron a los que mandaban la autorización pertinente a fin de regresar a sus viejas máquinas y conducir como antaño. Los niños, como vosotros, estuvieron de acuerdo. De esta manera podrían ver mundo de nuevo, sin mover un músculo. Lo cierto es que a los niños siempre os ha gustado que os lleven y os traigan. Con decir que lo primero que sucede cuando aterrizáis en este mundo es el viaje aéreo organizado por Líneas Aéreas Cigüeña… Pero este es otro asunto. Ahora, chavalines, a dormir; y yo a hacer esos ruidos protocolarios de cada día. Me destoso.
La imagen pertenece a Jean Hermanson y aparece en la cuenta de paolo-streito-1264
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