LOS SOMBREROS
Buenas noches nocturnas… Siempre que entro en un comercio en el que, por las circunstancias propias de lo que se pueda adquirir o los servicios que se deparen, uno haya de dejar, provisionalmente, alguna prenda junto a otras depositadas por personas demandantes de lo que en ese establecimiento se proporcione, aprecio un súbito momento de prevención. Es una convulsión brevísima. A buen seguro indetectable para cualquier otro que estuviera pendiente de mí. Pienso en la picardía con dolo o en el azar de lo confuso. Que alguien obre para mal o que alguien se equivoque. En el segundo caso, pudiera acontecer que los materiales dejados en un perchero se parecieran o fueran idénticos, y cualquiera tomara para sí, antes de abandonar ese local, algo que cree suyo, pero no lo es. Como el paraguas junto a los de su misma especie en un paragüero o cuando los automovilistas, antes, entraban en un coche de la misma marca y modelo que el registrado a su nombre, porque las llaves a veces posibilitaban tales hazañas, hasta darse cuenta del inesperado error. Es una contrariedad que, como todas, se espera alejada de las penalidades a las que uno deba enfrentarse. Una contrariedad de entre las que pueden suceder. Por eso, a veces, esto me trae de cabeza. Al dejar el bolso, al dejar la gorra. Y, pensando en la gorra. Me doy cuenta de que no sé como llegó a mí. No lo sé, pero lo sé, desde luego. Digo que, aunque no la compré, sé por qué razones la he admitido como parte de mi indumentaria durante algunas épocas del año y conozco a quien la puso en mis manos. Lo que no quita para que lo desconozca todo del fabricante, de los materiales… ay, la ignorancia. Si se consolida el invierno, volveré a ser un tipo resguardado tras la visera. ¿Recuperaré mi identidad? ¿La pierdo cuando dejo de usar ese tocado? Si me diera a la metáfora, un sombrero podría ser ese objeto de vestir en el que por prolongación craneal o por contacto hacemos visibles todas aquellas características que nos conforman. Hablo, claro, de las decisiones que hemos tomado para llegar hasta donde hemos llegado. Hasta este sombrero. El sombrero metafórico llega a la vida de cada uno en la infancia. Entonces, es el entorno, la familia, los educadores, los primeros compañeros y amigos. Es un sombrero rudimentario que se irá modificando para bien o para mal, así pasen nuestros años. No tenemos conciencia clara de cuando empezamos a utilizarlo, pero, si están de acuerdo conmigo en seguir este símil, ya no lo abandonaremos. No, salvo que lo perdamos, nos lo cambien, o nos lo quiten. Si lo perdemos, habremos de proveernos de otro y aguzar las capacidades de rememoración que tengamos para incorporar a esas galas las que nos distinguieron. Si nos lo quitan, ocurrirá tres cuartos de lo mismo. Pero, ¿y si nos encontráramos sobre la cabeza con un sombrero tan parecido al que siempre hemos usado, que fuéramos incapaces de distinguirlo del auténtico? Esto explicaría las bruscas transformaciones. Los cambios de humor, incluso de personalidad… Al cabo del tiempo nuestro sombrero va cambiando. Puede decirse que, aunque creamos que es así, hasta el momento justo en el que nos llega la muerte, ocasión para descubrirse, pues es una dama la que se presenta- a las señoras esto nunca les ocurre con la parca- hasta esa oportunidad, llevamos un mismo sombrero que ha ido transformándose para responder a todas nuestras variaciones. Por lo tanto, voy a buscar mi gorra, a ver de qué color es hoy. Me destoso.
La imagen es una fotografía de Garth Buckles aparecida en la cuenta de TUMBLR, A CONSTANT STATE OF PHOTOGRAPHY
https://www.tumblr.com/aconstantstateofphotography
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