DESDE EL VASO DE AGUA FRÍA AL ASCENSOR AVERIADO
Buenas noches nocturnas... Parece ser que los hijos de un humorista, hombre y mujer, conocían que, estuvieran haciendo lo que estuvieran haciendo, cuando en la casa familiar, de pronto, se apagaba la luz, algo chocante estaba a punto de ocurrir. Muchas veces, usando el baño en tales circunstancias, tras la oscuridad, se vertía sobre ellos un helado vaso de agua. Allí donde leo este suceso, por parte del periodista o de los periodistas encargados de ofrecer la noticia y de facilitar la entrevista en la que los dos personajes aludidos recordaban esos pasajes de infancia, se califica la acción como broma pesada. Y estoy pensando en qué puede resultar hoy en día una broma pesada, un acto trasgresor al límite de lo tolerable. Qué aconteceres del pasado, tenidos entonces por inusuales comportamientos de humor graves, a la luz de nuestros días, no son sino juego infantil. En eso y en asuntos de la misma particularidad que, con el paso del tiempo, en vez de rebajarse, incluso hayan adquirido la identidad de violencia o delito. Por ejemplo, si conocemos a personas que tengan alergia a los gatos, acudir a una de esas instalaciones recreativas en las que los participantes, encerrados en una habitación, han de encontrar una serie de claves para poder «escapar», y luego de una inesperada falta de energía eléctrica, se empiezan a escuchar maullidos de felinos domésticos, cosa que se hace mediante compadreo con los dueños o administradores del sitio, la víctima puede empezar a sentirse muy mal. Es un asunto posible. Y el resultado, algunos lo juzgarán inadmisible y otros, un capítulo más de ese tipo de experiencias que se tienen en la vida, luego de las cuales todo parece menos complicado de lo que parecía. Sea como fuere, el que gastará la broma sabe algo que no conocen quienes puedan sentirse perjudicados por lo que emprenda su ejecutor. Y cuenta a su favor, además, con la ventaja de haber recibido el respaldo y la confianza plena, a cuenta de los afectos familiares, fraternales o sentimentales que procedan. Por lo tanto, si todo bromista ocupa un lugar discutible cuando urde sus manejos y desde ese sitio se divierte al comprobar los resultados, quien se conduce con el rigor del enemigo, es, por más que reivindique el humor, un indigno desleal. Son esas personas a las que no les satisface tan solo el traspié, la caída ajena: quieren ver sangre. Que no llegue al río, desde luego. Que no llegue, pero se manifieste. Aquí ya es otra cosa. Pasa con la sangre, con el miedo, con el deshonor. La humillación, mejor si es de las que hacen época. Ahora bien, como todo exceso, utilizar efectos que procuren la oportuna regulación, solo está en las manos de un profesional. Alguien que, como dije, conoce y sabe conducirse con pericia a fin de llegar lejos, sin querellas criminales posteriores... Ocurre que, a mi entender, no todo el mundo puede ofrecer esas prestaciones. Primero, porque hay que percibir hasta dónde puede llegar a padecer el «inocente» protagonista del malvado equívoco. Como el dolor físico, es algo que las personas toleramos de manera distinta. Se dice que nuestro umbral, en ese sentido, oscila. Pues bien, cuidadito. Cuidadito. Hagamos examen de conciencia. A ver si no nos extralimitamos, sirviendo una sobredosis de dulce en manos de un diabético, por ejemplo. Que los estoy viendo. Son de los que tienen amigos propensos a la claustrofobia y los embarcan en ascensores que son capaces de detener entre planta y planta, pareciendo que nadie los va a sacar de ahí. Y, además, quieren ver cuánto tiempo son capaces de aguantar, los amigos de ustedes, sin gritar desesperados. Y haber apostado antes declarando cuántos segundos o minutos pasarán antes de que eso suceda. Les creo capaces. ¿Que no? Me destoso.
La imagen aparece en la cuenta de Instagram de BROMASOCULTAS
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