LA PARTE POR EL TODO
Buenas noches nocturnas... Diciembre empieza con vacaciones. A cuenta de las festividades del Día de la Constitución y la devoción a la Inmaculada Concepción. Continúa con los últimos preparativos, antes de las reuniones sociales entre compañeros de trabajo y el sorteo de la lotería nacional, el Gordo, la Nochebuena, la Navidad y sus gemelos antes de la llegada de los Reyes Magos: Nochevieja y el Primer día del Año, uno de enero... Vale, sí. Todo esto ustedes ya lo saben. Para recibir informaciones como las que acabo de facilitarles, no vale la pena convocar a la lectura. Es más. Para evitarse todo esto, ustedes podrían instar a quien estuviera a cargo de resolver estos asuntos, a quien se ocupe, a fin de establecer una serie de normas urgentes y rigurosas, conforme a las cuales, todo texto que insista en decir que el cielo es azul cuando el cielo es azul, sea inmediatamente invalidado para evitar penalidades. De hecho, perseverantes en el empeño de impedir todo deterioro por las causas dichas, quienes saben y dominan, debieran prohibir la lectura. Y, ya que estamos, porque estamos en las oficinas de la expansión popular donde se extienden certificados para abarrotar las playas, y los paseos, y los mercados hoy abiertos para solaz de consumidores impenitentes, ya que se acepta aquí, que las gentes se reúnan y brinden y mastiquen con fruición, cabe ir disuadiendo a los que se exponen intercambiando regalos, pues el consumismo quiebra las economías y torna indeseables a las personas. Cabe suprimir las reuniones familiares, para evitar las discusiones. Abstenerse de todo ornato porque lo contrario implica un gasto desmesurado en energía. Suspender sin posibilidad de aplazamiento las cenas y comidas para no caer en los excesos. Alentar el enmudecimiento de los dispositivos reproductores de música y las orquestas de todo el mundo como medida en favor de la serenidad originada en la ausencia de ruido... La parte por el todo. Justos por pecadores. Confundir la espuma de la ola con la existencia del océano. Asegurar que la chispa tiene categoría de llamarada. Atribuir al beso la responsabilidad del amor. Vender la piel sin pensar en el abrigo. Modos de entender la vida que tienden a invalidar una cosecha de trigo porque, entre las muchas espigas, se hayan visto cardos. Algo muy extremo. Algo muy de ahora. Acusar a las máquinas informáticas de fomentar el ciberacoso. Sugerir que, por culpa de los automóviles, suceden graves y no tan graves accidentes de tráfico. Examinar la comida mediante procedimientos de meticulosa limpieza, pues es porque se come que se engorda. Oponerse a la socialización que sucede en las aulas y los colegios como idea general para erradicar el acoso. Y la condena a toda forma de sentimentalidad romántica y a las uniones que se producen cuando las personas se aproximan en esa clave, toda vez que las rupturas de tan ilusionado presente están a la vuelta de la esquina. Y la disolución de todas las empresas farmacéuticas porque, cuando no haya medicamentos que vender, cesarán los efectos secundarios que las sustancias aludidas producen. Y prohibir las sillas para acabar con el sedentarismo. Y talar los bosques para evitar los incendios. Y... y bueno. Proponer la revolución. Que no es, en sí, un signo de estar en lo cierto. Como demuestra la historia, los cambios violentos a veces suceden en pos de un bien mayor, consolidado más tarde, o no. No deberíamos estar seguros de todo. Tal vez mañana. O tampoco. Me destoso.
La imagen se obtuvo mediante los servicios que proporciona IDEOGRAM.
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