LA POSTAL
Buenas noches nocturnas… Al margen de las explicaciones conocidas, las que proporciona la ciencia, acerca de la dinámica física del oleaje marítimo, pareciera, hoy, que las aguas, al llegar a las proximidades de la playa, de la arena, toparan contra una fuerza superior y, dignas y sorprendidas, se dejaran caer, se rompieran, con todo género de teatralidad representada por la espuma y sus infinitas combinaciones. Si no fuera porque la palabra "mohín" remite a un gesto leve, privado de solemnidad, de potencia, la manifestación del mar, entendida como un organismo vivo, independiente, capaz de hacer y deshacer, cual muchos suponen, aun en contra de lo que sabemos, no habría sido otra cosa que la puesta en escena de un sobredimensionado capricho de diva. Lo ha captado muy bien ELLA, al paralizar el evento, al capturarlo como se dice, porque lo plasmó en una fotografía indudablemente esclarecedora. Hubo niebla también, aunque no cercana, a esas horas. La tela de la araña de guardia, durante estos días decembrinos, propuso los rastros de su trampa, en los alrededores: lo que no sé es si quedaron bichos atrapados o no, tal vez, desorientados, confundidos. Es lo que pasa con esa luz ensombrecida cuando la jornada no sabe bien a qué carta quedarse. Y, ante tal desconcierto, aunque sol imperial, fresquito. Estos asuntos. Desapacibilidad en ciernes. Amenaza más que otra cosa. Asunto sin concreción. Como fuere, menciono algunos recuerdos, y no de un patio de Sevilla, como dijera el poeta. Es escribir la palabra "recuerdos", y siempre rememoro a Machado, antes por haber oído sus versos mediante las artes canoras de Serrat que por haberlo leído. Sí. Porque uno tiene sus taras. O sus imprevistos. O sus carencias adaptativas. Por ejemplo, redactar un texto adecuado a fin de incluirlo en una tarjeta postal. Es, probablemente, un recurso de comunicación que ya no se lleva, pero, quiero imaginarme y lo consigo, existirían especialistas en este tipo de tratos. Personas dueñas de la brevedad y de la concisión, diestras a la hora de combinar todo esto, con orden, a fin de proponer algunos pocos caracteres tras informar de algo sensato y haberlo dicho de manera ingeniosa. ¿Acaso no eran las postales un antecedente de los tuits? Y, ahora que Twitter se llama X, ¿cómo habría que decir? ¿Los «ex»? No importa. Pasa que recibimos una postal y es menester responder a la misiva, pues los afectos de por medio obligan sin imponer. O sea, que uno se compromete con las personas, y es rasgo de buena educación, de exquisito protocolo, actuar y conducirse con la misma bondad con la que fue agasajado. Y debería escribir, ahora que me doy cuenta, una postal al vecino del segundo derecha. A Nube. Un perro. Un perro o una perra, no sé bien. O un “perre”, que también podría ser. A menudo está solito, o solita y tal, y tal. Porque sus humanos lo dejan solo. Y él se lamenta como lobo ante la luna, pero con furor menguante, con ladrido atiplado y lastimero. Una postal, si no de amor, de solidaridad: «Estimado perro, Nube: Te saludo desde mi casa, un piso más abajo de la tuya. Hasta aquí llega tu extrañeza, tu dolor. Nada puedo hacer para evitar este terrible suplicio. Tus compañeros o familiares, lo escribo así porque desconozco cómo os tratáis, también ignoran al resto de los vecinos. Sí, nos obligan a padecerte. Sea como fuere, estoy, estamos, contigo. No desfallezcas. Baja el volumen, calla si lo prefieres -te lo suplico- pero no desfallezcas. Hasta siempre». Digo que tendría que escribirla. Luego lo pienso. Me destoso.
La imagen se originó mediante manipulación artificial a partir de una foto cedida.
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