CÍMBARA

December 20, 2024

LLORAR EN VANO

Buenas noches nocturnas... Como no se ha podido comunicar con las rocas, estar al día de las preocupaciones que forman parte de la vida mineral es complicado. No parece que tuviera demasiado sentido dialogar con ellas, pues, salvo en el mundo de la ficción o entre las inquietudes del poeta, las piedras ni siquiera callan. Para callar, tendrían que disponer de voz y no se ha podido demostrar que la tengan. Queda la telepatía, porque las señas, el lenguaje mediante señas, como bien se comprende, será otra imposibilidad. De hecho, si salen este fin de semana al campo, si progresan y, cercanos a un lugar del horizonte que no es el horizonte, porque nunca es el horizonte, encuentran material granítico, por ejemplo, hacer aspavientos con las manos y los brazos, puede que resulte un ejercicio pseudo gimnástico sin otra trascendencia, pero no sino eso solo. Las rocas que fueren, como es obvio, permanecerán inalterables. No por estoicas, sino por incapacidad para advertir nada. Y, de ocurrir de una manera distinta, vayan de inmediato y vendan sus hallazgos al mejor postor: podrían terminar cresos. De esta manera, valiéndome de este ejemplo rayano con lo absurdo, me remito a esos acontecimientos vanos que se instalan en nuestras vidas o que tienen carta de autenticidad en ellas gracias a la inestimable colaboración de quienes así lo hacen. Es decir, actos de la vida, cuyo origen y posterior consecución solo son evidentes pérdidas de tiempo y energía. Algunos ejemplos... Insistir en apagar y encender luces en una habitación desocupada. Repetir la misma palabra en voz alta sin razón aparente. Ordenar los libros en una estantería por tamaño y luego desordenarlos de nuevo. Contar los granos de arena en una playa. Verificar la hora constantemente en un reloj parado. Intentar atrapar tu propia sombra. Atrapar el viento en un frasco. Contar las notas musicales de un silencio absoluto. Medir la distancia entre dos puntos de fuga. Iluminar con una bombilla una explanada a plena luz del sol… Llorar en vano. Llorar porque, con ello, se evidencia cierta predisposición a la sensibilidad; se adquiere categoría. Llorar para figurar en los papeles, salir en las fotos, tener un sitio en la cartelera del cine. Llorar para poder, para lograr poder. O llorar, claro, a cuenta de un dolor, de una sorpresa conmovedora. Y llorar en privado o en público. Si se llora en privado, en un reducto íntimo, no se muestran las lágrimas y, se dirá, no existen. Si no se declara, si no se atestigua esa sustancia acuosa procedente del lagrimal humano, pues hablo de la anatomía de las personas, no hay lloro. No hay ejemplaridad, en lo tocante a manifestarse como criatura sensible. Y, para eso, se tengan ganas o no se tengan ganas, hay que llorar, en especial los varones, hay que llorar si se quiere estar a la altura. A la altura de los tiempos, de la modernidad. Hay que llorar en vano. Los hombres que lloran se aproximan al cielo. Los hombres que lloran y llaman la atención. Los hombres así alcanzan la gloria. Porque los hombres que tienen que llorar, cuando el llanto se impone, lo hacen en público o en privado, pues existe una exigencia que no tiene que ver con la política o determinadas formas de socialización. Cuando son estas las que predominan, cuando este es el fiel, cabe bajarse de la balanza, para no llorar en vano, incluso cuando hay que llorar. Me destoso.

La imagen se obtuvo mediante los servicios que proporciona Microsoft Designer.