ANTE LA LEY
Buenas noches nocturnas... No tenía nada mejor que hacer y, como quien mastica chicle, al examinar un documento de leyes que hacía alusión a Kafka, supe del cuento, «Ante la ley» y lo leí. Como se sabe, se trata de una narración en la que un campesino desea acceder a la Ley, pero se encuentra con un portero que le impide entrar. A pesar de que la cancela está abierta, el encargado hace saber que le impedirá el paso, y menciona que hay otros centinelas más poderosos detrás de él. El campesino decide esperar y, a lo largo de los años, intenta entrar repetidamente, sacrificando todo lo que tiene para sobornar al portero, quien acepta sus ofrendas solo para que el campesino no sienta que se esforzó en vano. Con el tiempo, el hombre se obsesiona con quien se interpone en su camino, olvidando a los demás, y su vida se convierte en una larga espera llena de frustración. A medida que envejece, su salud se deteriora y, antes de morir, pregunta al portero por qué nadie más ha querido sobrepasar el umbral frente al que ahora se consumen sus últimos minutos de vida. El interpelado revela, al fin, que la entrada era solo para él, para el campesino, y que ahora la cerrará, dejándolo con la amarga sensación de haberse esforzado para nada. Mientras disfrutaba de este entretenimiento, pues descarté la idea de profundizar en los ejemplos filosóficos que pudieran derivarse del texto dicho, ideé un supuesto adicional, valiéndome de los poderes que están al alcance de todo lector. Por algo relacionado con una escucha matutina, pensé en la vida de los personajes de novela, de los cuentos. Desde el inicio de cada una de las historias, obligados a desenvolverse conforme a los detalles de la vida y sus accesorios para llegar a un mismo destino y comenzar de nuevo. Con sus accesorios me refiero a la ropa, los utensilios, las herramientas, lo que se emplea, lo que se usa. Y si faltara algo de esto, el transcurso de ese acontecer narrativo se ha de interrumpir. Es imposible que en ese universo tan acotado cualquier modificación de lo establecido no diera al traste con el resto de la estructura. Por eso, hice acto de presencia en la historia que he mencionado y me ocupé, personalmente, del "mutis" del portero. A partir de ese momento, el hombre del campo, aunque, como hacen los actores, sabiendo que encontrarán a su antagonista y siempre al tanto de lo que viene después, finge que sucede como si fuera de estreno, sufre una indisposición argumental que le hurta de su propio camino. No puede seguir y ha de hacer un paréntesis para dar solución a lo que sucede. De hecho, le va la vida, la existencia en ello. Si la línea temporal no se restituye, todo lo que ha constituido su devenir puede consumirse de inmediato. Así se pierden algunas historias. En la ficción y en lo que no lo es. Pero, bueno. El hombre del campo pregunta a todos los que encuentra a su paso, si han visto al portero. Algunos aldeanos recuerdan vagamente haber visto a alguien con una llave, pero nadie sabe dónde está. Los porteros abren y cierran puertas. Como los serenos antiguos, se sirven de un buen manojo de llaves. El campesino parece bien encaminado. Eso no quita para que evolucione con cierta desesperación. Recorre urgentemente los alrededores y encuentra una pista: este portero extraviado vestía una túnica, una túnica de portero con túnica, y la ha divisado, la acaba de ver sin ninguna duda. En una linde cercana al bosque. Siempre hay un bosque. Como en los cuentos. Así que se adentra en la espesura y, al cabo, topa con una cabaña oculta entre los árboles. Esto también pasa mucho. En la cabaña, descubre al portero, aparentemente secuestrado y atado por una figura sombría: es la forma que he adoptado para aparecer como el auténtico villano de esta historia. Como es natural, el hombre del campo me pide explicaciones. Le cuento lo que a ustedes al principio. Está desconcertado. No comprende muy bien mi propósito, si es que, dice, lo tengo. Es demencial, insiste. ¿Por qué habré desbaratado algo tan bien construido y durante años resistente? Los caprichos, salvo los de Goya, muchas veces perjudican a terceros, no son bienvenidos. Así que, como es una iniciativa, la que estoy contando, carente de toda utilidad, un experimento aleatorio sin visos de una continuación práctica, informo a los dos personajes que me retiro. El hombre del campo podrá cerrar el paréntesis abierto para contener la tragedia y, por mi parte, valiéndome de los privilegios a los que aludí, a mis poderes de lector, consentiré, eso les dije, consentiré -y consentí- en que todo regresara a su ser. Por eso el cuento de Kafka sigue intacto. A pesar de mis manejos. Me destoso.
https://ciudadseva.com/texto/ante-la-ley/
La imagen se obtuvo mediante los servicios que proporciona FREEPIK y fue editada después.
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