PRIMER SÁBADO DE CADA MES, GRATIS
Buenas noches nocturnas… Al parecer, según un experimento, las personas registramos mayor inclinación y se forman en nosotros emociones más intensas, cuando visitamos un museo para observar arte original sin intermediarios, a diferencia de lo que ocurre al estar ante una copia, como una postal o un póster. Dicho sea de paso, esto será así siempre y cuando carezcamos de referencias. Es decir, mientras, por confianza o por garantía inquebrantables, se haya certificado que lo que vayamos a contemplar es una pieza salida de las manos del artista tal y como la exhibiera tras dar el visto bueno correspondiente, cosa que ha de suceder tarde o temprano. Quiero decir que esto funcionará, si no nos hallamos ante una suplantación. Por ejemplo, hay copistas y falsificadores capaces de proezas tales como clonar el Guernica de Picasso hasta el punto de, presentado en un soporte similar y de acuerdo a las dimensiones de la obra, burlar incluso a los especialistas. Y, al margen de los procesos orgánicos que concurran, para hacer de cada uno de nosotros, en su caso, un asombrado examinador de materiales elaborados para trascender o lograr la relevancia extraordinaria de lo que supongan, si nos importa más estar frente a lo conseguido, por decirlo de una manera sencilla, artesanalmente—aunque exista tecnología vanguardista a cargo de parte del desarrollo de ese bien—que ante los millares de copias de un mismo objeto que puedan fabricarse, será porque, aunque el sol sale y se pone todos los días, no importa desde qué atalaya se perciba el ciclo al que aludo, cada vez es el mismo contacto y otro distinto. Y, si se puede capturar, por ejemplo, con una fotografía, y esa foto, la que se ha consignado en la hora justa, es la que se muestra, esa y no las muchas otras posibles, saber que se tiene, saber que se puede tocar o que se puede acceder a ella, importa. Importa mucho. Importa porque, de perderse, de destruirse, se acaba con la primera luz, con el primer paso, con el primer sonido. Es algo más simbólico que práctico, sí. Es cierto. Pero, como especie, estamos preocupados por conocer los inicios, el nacimiento de las cosas. Cómo se ha producido todo y de dónde parte. Al menos, me explico este interés por la raíz, a causa de todo lo anterior. Incluso, ya que menciono la palabra, acaso toda manifestación artística pueda ser como un árbol: desde ese entretejido bajo tierra, a la cota más alta de sus ramas, formando un todo vivo que se admira y se prolonga dentro de cada uno, o se olvida, que también es una emoción: la de diluirse para desaparecer. De modo que no me sorprende. Me parece lógico. Desde que las habilidades humanas permiten la consecución de réplicas cada vez más exactas, lo distinto, por haberse gestado en el primer molde, remite a lo esencial. Cabe pensarlo, siquiera después de haber experimentado algo que nos coge por sorpresa, que no teníamos previsto. Pero también cuando sabemos lo que ocurrirá. Si somos partidarios, conocemos que la adrenalina ha de manifestarse, y sus efectos, en nuestro organismo, cuando conducidos en una vagoneta de una montaña rusa, estamos a punto de descender a toda velocidad por una pendiente de vértigo. Sabemos que ocurrirá y, a pesar de saberlo, algo se conmueve por dentro. Otras apreciaciones, sin embargo, no son tan evidentes. Ahí es donde podemos ser timados y volvernos recelosos ante la autenticidad de lo que se nos proporcione. Pero, son cosas de la vida. Lo real, muchas veces, es un supuesto del que no podemos estar seguros al cien por cien. De hecho, la ciencia, por ejemplo, se está preguntando constantemente si eso que dijo ayer es válido hoy mismo. Como fuere, acabo de enterarme de que el Museo del Prado “volverá a abrir gratis las noches del primer sábado de cada mes a partir de esta semana”. Una buena noticia. Me destoso.
La imagen se obtuvo mediante los servicios que proporciona GROK
Comments
Post a Comment