CADENTE Y FELIZ RESUELTO EN RUINA
Buenas noches nocturnas… De pronto, la idea: el gusto de presenciar cómo se derrumba un puente, cayendo a plomo. Tal vez por ese inexorable acontecer que hace de las cosas una eventualidad. Nada dura para siempre, aunque lo parezca. Digo, desde luego, que "colapse" un puente, sin daños a terceros. No más allá de los que conlleva la desaparición de una infraestructura ligada a otras, pues así es la organización humana. Que se reduzca a escombros sin ninguna otra interacción. No supuse el empleo de explosivos, voluntad bélica, designio mágico, agresión extraterrestre o imperio divino. Nada más, un puente que cae. O un edificio: mejor un rascacielos. O una catedral. O las torres que sostienen los cables del tendido eléctrico. O cualquiera de esas chimeneas antiguas que se conservan en territorios industriales, o que fueron reserva de ese tipo de actividad. Caer, solo caer… Debo admitir que he pensado en los saltos atléticos, los que suceden cuando hay competiciones en piscinas, y los hombres y mujeres que participan miden la distancia que hay entre la plataforma sobre la que permanecen antes del salto y la superficie del agua, precipitándose al vacío mediante una composición y reglas a las que atenerse. Sé que una de las virtudes perseguidas es la de desplazar el menor volumen de agua posible durante la inmersión, y así contemplo el éxito o uno de los triunfos o metas que pueden desear los profesionales dedicados a derribar grandes construcciones: lograr que los materiales fragmentados queden escasamente dispersos y se levante una nube de polvo cada vez menor. Pues bien, de esa manera sucede todo tal y como lo he imaginado. Ocurre el fenómeno y, después, no hay que sacudirse la ropa, ni apartar del rostro impurezas, y lo finiquitado se podría retirar, cuando fuere, sin demasiados esfuerzos. Todo demasiado controlado. Porque, ¿me place una consecución estética que reduzca todo lo que sea posible las manifestaciones adversas del evento? Es acertado responder con una sólida afirmación. Tiene que ser de la manera dicha. Lo expreso así, ya que no he meditado acerca de este particular. De momento, solo describo lo que ha pasado por mi mente y, supongo que mi cerebro, para que esté contento, guía mis hábitos de escritura desde ese pálpito a fin de que sepa contarles a ustedes la rara naturaleza de estas cosas. Pareciera que esté proponiendo algo de mi gusto y a la vez lo impugne. Temeroso de los efectos. Porque considero que no está bien, que no es deseable, que origina muchos problemas y se necesitan grandes recursos para retornar a la versión anterior, y porque los demás pueden estimar producto de trastornos mentales o de conductas equívocas, el solo hecho de sugerir el esbozo de proposiciones como las manifestadas. ¿Culpa? Entra dentro de los supuestos que acabo de mencionar. Ahora acabo de darme cuenta—gracias, cerebro—de lo fascinante que es ver esas imágenes cuando de una plataforma continental helada se desprenden grandes bloques y caen al mar, y la colisión origina un tremendo movimiento de aguas. Pues se parece a lo que digo del puente. Es algo bien traído. Muchas veces, cuando acontece una de estas fracturas naturales, porque no existe la preocupación de estar escrutando todo y a todas horas, se han dado modificaciones físicas, químicas, estructurales, antes, gracias a las que se explica lo que hemos visto a continuación. También puede que la ruina de los artefactos humanos se deba a posibles contingencias como estas que acabo de aludir. Las cosas se hacen para que duren, unas veces más, otras veces menos. Y, finalmente, dejan de existir. Es el caso del puente. Sucumbe de esa manera tan magnífica, como una estrella que explota y, si a esto se puede asistir desde la confortable seguridad del intelecto, de la salvaguarda de la imaginación, no vamos mal. O eso pienso. Me destoso.
La imagen se obtuvo mediante los servicios que proporciona IDEOGRAM
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