EL JUEGO
Buenas noches nocturnas… Hay un juego del que supe hace mucho tiempo. El agente principal piensa en un personaje conocido. No revela quién es, pero admite que se le hagan preguntas a las que contesta “sí” o “no”. Por supuesto, existe un límite de preguntas. Al sobrepasar un determinado número de interrogaciones, el juego concluye. Yo he ideado en una variante. Ocultaré el nombre de alguien notable entre los pliegues de mi cerebro. Pero además de no decir nada sobre él, solo voy a contestar con evasivas y displicencia, salvo que se me pregunte por algo que nunca hizo el personaje de marras y, sin embargo, consiguió otro que está vinculado a la persona aludida sin mención, en gran medida, por hechos y principios. El personaje que tengo en mente tiene nombre, apellidos y biografía, pero por ahora permanecerá en silencio. Por ejemplo, si se me dice que este otro personaje, del que tampoco se sabe aún quién es, era conocido por vivir en Nueva York, donde realizaba sus experimentos, y podía ser descrito como un individuo excéntrico, caracterizado por su aversión a los gérmenes y su obsesión por el número tres, no tendré más remedio que asentir. Si se me dice que tuvo mucho que ver con el invento de la radio, que logró más de 300 patentes, que fue decisivo para el levantamiento de la Torre Wardenclyffe y que dedicó gran parte de su vida a intentar la transmisión de energía sin cables, no tendré más remedio que estar de acuerdo. Por eso mismo, porque el primero no hizo lo que hizo el segundo, no puedo aprobar que se diga que participara en la llamada “Guerra de las Corrientes”, porque eso no fue así. Ni que uno de sus primeros trabajos fuera a sueldo de uno de los principales rivales del segundo: otro nombre que no puedo repetir porque se desvelaría la naturaleza del pastel y, si todos conocen la receta, ya nadie nos comprará la tarta. El caso es que el segundo, persona vinculada a la primera, dio nombre a una bobina, un dispositivo esencial en el origen de la alta tensión y la transmisión inalámbrica de electricidad, y diseñó el sistema de corriente alterna que revolucionó la transmisión de la energía que todos disfrutamos. El otro, ese en el que estoy pensando, no hizo nada de esto. Ambos se conocieron en la ciudad de los rascacielos, donde está edificada la torre que lleva el nombre del actual presidente de Estados Unidos. Mantuvieron una reconocida amistad basada en la admiración mutua por sus trabajos e incluso, el único de los dos, nacido en territorio continental norteamericano, acudía al laboratorio del otro para presenciar sus experimentos… ¿Saben ya de quién estoy hablando? Es probable, pero no me voy a quedar a examinar sus respuestas. Pueden, eso sí, jugar a este juego cuando les plazca y, naturalmente, si encuentran la manera de mejorarlo, eso será un beneficio para la comunidad interesada en los juegos. Colectivo que, en contra de lo que piensan algunos, tal y como yo lo veo, no es privativo de quienes se sienten niños, o quieren regresar a la niñez, o regresan, sin querer, porque juegan. Los adultos, sin necesidad de todas esas componendas psicológicas, podemos considerar el juego como un bien y valernos de sus posibilidades, sin aspirar a otra cosa que no sea la propia diversión. Jugar y ser adultos, muy adultos. Incluso viejos, ancianos, moribundos. Jugar, he aquí la cuestión. No pretendan más. O sí, pero sin ofrecer este tipo de explicaciones generalistas que pueden ser cabales en los casos oportunos, sin que por ello se extiendan como infección al resto del planeta. He dicho. Me destoso.
La imagen se obtuvo mediante los servicios que proporciona IDEOGRAM
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