ANTES DE LA CENIZA
Buenas noches nocturnas... Supongo que en la versión ofrecida originalmente se propondrá otro supuesto hablado. El caso es que, en un episodio de Los Simpson, que estuve contemplando poco después de comer, Lisa, huyendo de los malotes, de los abusadores, en su colegio, logra introducirse en una estancia donde permanecen las lumbreras de esa comunidad. Fuera de ese lugar, los allí reunidos actúan como si fueran tontos, para no ser descubiertos y sufrir las iras de los más zoquetes. La muchacha amarilla de los pelos puntiagudos, entusiasmada con el hallazgo, no deja de decir palabras exquisitas, lo que termina alertando a sus perseguidores- que la escuchan desde el exterior- y, los "emboscados", tras regañar a la mediana de la familia donde Bart es el más pedorro, deciden que es el momento de dar inicio al protocolo de lo que llaman «escudo de la idiotez». En ese instante suena una voz de locutor en verdad ardoroso que anuncia el inicio de «La Rueda de la Fortuna». Los gamberros escuchan ese parlamento, y, rápidamente, abandonan el lugar, pues ansían ver su programa favorito... naturalmente, me reí. Esbocé una sonrisa cómplice: tampoco hice alarde de nada. Al fin, «La Rueda de la Fortuna» es un concurso, por cierto emitido en la misma empresa matriz de televisión en la que se puede ver esta serie de dibujos, en España, bastante bobalicón, según me parece, destinado a complacer a personas de reducidísimas exigencias. Una cosa para entretener, si se acaba de declarar el fin del mundo y, efectivamente, al abrir la puerta de la casa, fuera, no hay nada más. Pero bien. La risa. La risa que, en ningún caso, resultó carcajada. Porque, al parecer, la carcajada, la alegría dramática, estimula las neuronas espejo de las personas y hacen que esa conducta se contagie. De ningún modo pensé que alguien, al verme, durante la escena que describí, fuera a empatizar conmigo. Que no bastaba la levísima animación de mi rostro a fin de obligar a terceros. La incitación debería haber sido más evidente. De hecho, desconozco si he atravesado las defensas de las personas, alguna vez, de tal manera que se vieran impelidos a repetir aquello que estuviera proponiendo en materia de hilaridad. La verdad es que no lo creo. Como tampoco recuerdo ahora una ocasión en la que fuera yo quien me condujera a remolque de otro o de otros, sin medios para atajar los efectos de un vínculo así. No lo puedo traer al presente, pero sin que garantice la inoportunidad de una cosa como la que trato. Por ejemplo, no me contagio al ver reír a un niño. De hecho, más bien, si el episodio se prolonga, puede que me suceda lo contrario. No diré que ante la criatura en cuestión demuestre antipatías previas, pero los bebés, en lo que a servidor respecta, están mucho mejor cuando son atendidos por sus familias. Tampoco me contagian los amigos, ni los familiares, ni siquiera los cómicos. Cuando río es porque cualquier cosa me ha hecho gracia. Habrá sido algo que me estimuló, aunque al resto del mundo le parezca material de desperdicio. Y, si parece que río a mi pesar, puede que no sea otra cosa que desconcierto o el modo de acompañar, pues observo que conviene a la buena educación o a la diplomacia… Mas, antes de concluir, porque no se dijo ningún chiste, invocaré la risa, solo la risa, más seriamente, ahora que termina el Carnaval, próximos al inicio de la primavera. Venga, por tanto, Juan Ramón Jiménez, y diga… “Con la primavera / Mis sueños se llenan / De rosas, lo mismo / Que las escaleras / Orilla del río. / Con la primavera / Mis sueños se llenan / De pompas, lo mismo / Que las torrenteras / Orilla del río / Con la primavera / Mis sueños se llenan / De risas, lo mismo / Que las ventoleras / Orilla del río”. Hecho. Me destoso.
https://quarcreixentalauladinfantil.wordpress.com/2017/01/10/el-poema-rosa-pompa-risa/
La imagen se obtuvo mediante los servicios que proporciona COPILOT
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