A LA BARTOLA
Buenas noches nocturnas… Me he acercado a una isla desierta y, como sucede en muchas oportunidades durante las narraciones, ya que los encargados de trasladar estas cosas que se cuentan son verdaderamente arbitrarios, no importa ahora por qué vine, ni las razones de mi desvarío. Porque tanto me aislé del mundo y de sus congojas, como para haber acudido tarde a la salida del barco de regreso. Este peñón solo recibe visitantes durante las fechas vacacionales o los fines de semana y tampoco existe transporte regular, por eso estoy solo y abandonado. Quien desee presentarse en este territorio rodeado de agua por todas partes, puede hacerlo cuando quiera, mediante sus propios recursos. Un supuesto que se asemeja al mío como la luz a la noche… y aquí pronto empezará a oscurecer. Desconozco cuándo vendrá el próximo crucero, digo, nave, chalupa, cayuco… Lo que sea. El asunto es que he tenido una idea y, como he encontrado un garrafón de vidrio y abundante recado de escribir, redacto el mensaje que estarán leyendo, para dar noticia de esta adversidad y para ir anticipando mis propósitos una vez a salvo, después del esperado rescate, conforme a la idea que se me acaba de ocurrir. Entonces. Tras examinar los detalles preferentes, las tendencias del final de este primer cuarto de siglo, he comprendido que se triunfa haciendo lo que a uno le gusta, lo que mejor hace de entre aquellas especialidades para las que los actos y los objetivos concurren gracias a una destreza sin discusión. Servidor, como decía Fernando Fernán Gómez, el extraordinario actor y escritor, está muy bien dotado para no hacer nada. Como a él, ser heredero—beneficiario de grandes sumas de dinero—hubiera sido idéntica cosa que la consecución de una bebida caliente al arreciar una tormenta de hielo: no la solución definitiva, pero un gran alivio. No obstante, con manifestar que uno es, no solo partidario del sedentarismo, sino artífice de una manera de concurrir a los amaneceres, con el plan de moverse menos que un poste de telégrafos, brillante en su ejecución hasta el enceguecimiento universal por el resplandor de lo conseguido, se alcanzan pocas cumbres, sobre todo, cuando a los valores comerciales del progreso ha de llamarse, y al éxito, cual se hace con las montañas más altas del planeta. Con esto nunca se supera a los ángeles en el Everest. Así que tengo un plan. He verificado que todo pasa por disponer de la palabra anglosajona adecuada. Y esta palabra es: “couch-slumbering”. Durmiendo en el sofá. O tumbado a la bartola, si prefieren. Como Homer Simpson, desparramado sobre la hamaca de su terreno en el número 742 de Evergreen Terrace. Este será mi lema. Socialmente, el “couch-slumbering” es un fenómeno cultural y conductual que refleja una indolencia física asociada a modelos de inacción inequívocos, ejercida a fin de promover el aislamiento, la dependencia de entretenimientos digitales y el escapismo ante la sobrecarga laboral. Psicológicamente, representa un patrón de cesantía ligado a la dejadez extrema y la oposición al cambio, que, si bien pudiera afectar a la salud mental de los individuos al fomentar un ciclo de inercia y desconexión con experiencias significativas, procura compensaciones incontestables si la puesta en marcha de este método de vida se lleva a cabo sin olvidar la consigna clásica: “Ande yo caliente y ríase la gente”. Por supuesto, todo esto existía antes, ahí está el ejemplo del Fumi de Morata, al que tan bien ha retratado José Mota, pero, ahora, con mi método, las cosas van a ser algo muy distinto. Couch-slumbering, es el futuro. No lo olviden. Y recuerden que es idea mía. Y tengan presente que aguardo ayuda. Quiero regresar ya. Hace frío… ¿Mamá?
La imagen se obtuvo mediante los servicios que proporciona ChatGPT.
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