EMBAJADORES
Buenas noches nocturnas… El punto de partida para el viaje, como quiero llamar a este comunicado, tiene que ver con las sucesiones numéricas: listas de números ordenados, donde cada número sigue un patrón específico. Por ejemplo, la “Sucesión de Fibonacci”. Fibonacci fue un matemático italiano que vivió en el siglo XIII. Su nombre real era Leonardo de Pisa. Fue él quien escribió sobre esta sucesión en un libro llamado *Liber Abaci*. En esa obra, usó los números que estoy a punto de mencionar para resolver un problema: ¡cómo crece una familia de conejos! Desde entonces, esta habilidad se ha utilizado para entender muy distintas cosas en las matemáticas y en la naturaleza. La sucesión de Fibonacci es como un juego de sumar números. Empieza con dos de ellos: 0 y 1, y después cada número nuevo es la suma de la pareja anterior. Así sería, por ejemplo: 0, 1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21… A partir de aquí, cabría aludir a la proporción áurea: al dividir dos números grandes de la sucesión de Fibonacci, como 21 y 13, el resultado se acerca a 1,618, cifra estimada de la igualdad entre dos razones a la que me refiero; a las espirales de los caracoles, a los patrones de las semillas de los girasoles y a diseños del arte y la arquitectura antigua. Pero no me adentraré en ese territorio, pues no conviene transitar, a estas horas, por lugares en los que se hace mal pie… que lo hago yo. Entonces, pensé en la posibilidad de realizar una sucesión de palabras ordenadas conforme a determinados requisitos y cuya situación en ese orden respondiera a una lógica antecedente. Acudí de inmediato a la llamada inteligencia artificial de guardia y solicité de su inacabable voluntad de servicio una proposición conforme; esto es lo que obtuve: “Infante, niño, soñador, aprendiz, buscador, creador, sabio, legado”. Como condicionante, indiqué, antes de ver en la pantalla el código que acabo de escribir, que eligiera términos capaces de evocar la evolución de un ser humano a lo largo de la vida. En todo caso, desaprobé la muestra. Estuvimos dialogando, si es que se puede llamar de este modo al intercambio de palabras con una máquina, y, a mi vez, hice la siguiente proposición: “Infancia, aprendizaje, exploración, análisis, creación, sabiduría, acervo”. Impugné “legado” porque me parecía propio de un fallecido. Es verdad que lo que se deja para los que queden vivos puede advertirse y disfrutarse sin que el legatario haya concluido su existencia, pero tengo una sensación de camposanto que no puedo evitar. Todo es discutible, pero de las pertenencias acumuladas durante la vida algo queda y no es necesariamente lo que se entiende por herencia, en cuanto a bienes materiales y económicos. Aun así, regresando a “legado”, por los datos etimológicos que examiné, la palabra viene del latín *legātus*, que a su vez deriva del verbo *legāre*, cuyo significado original es enviar como emisario o delegado o también designar, asignar o dejar en testamento. En la antigua Roma, un *legatus* equivalía a ser una especie de emisario o embajador, aunque su papel era más amplio y dependía del contexto en el que actuara. El término, como se consigna en la información etimológica, derivaba de la función de ser "enviado" por una autoridad superior, como el Senado o un general de alto rango (por ejemplo, un procónsul). Total, que estaba entre embajadores, entre cónsules al menos. Como en el cuadro de Hans Holbein el Joven, pintor, grabador e impresor alemán y suizo, que se enmarca en el estilo llamado Renacimiento nórdico. Fue conocido sobre todo como uno de los maestros del retrato del siglo XVI y también produjo arte religioso, sátira y propaganda reformista, e hizo una significativa contribución a la historia del diseño de libros. Se encargó de xilografías, vidrieras y piezas de joyería. Se le llamó "el Joven" para diferenciarlo de su padre, Hans Holbein el Viejo, un dotado pintor de la escuela gótica tardía. Pues bien, “Los Embajadores” es un cuadro encargado por Enrique VIII, quien aparece sobre la tela, retratado junto al diplomático Georges de Selve. Una pieza llena de símbolos políticos o morales, “como el laúd con la cuerda rota (representando la reciente discordia entre católicos y protestantes), el crucifijo apenas visible en un lateral, o más elementos relativos a la aritmética, la geometría, la música y la astronomía (las cuatro ciencias matemáticas del Quadrivium)”. No obstante, cierta parte de su notoriedad tiene que ver con una figura que “parece no formar parte de la pintura, pero está en primer plano. Mucho tiempo se especuló sobre su significado hasta que a alguien se le ocurrió mirarla reflejada en el dorso de una cuchara. Se trata de un cráneo. Una “anamorfosis (deformación reversible de una imagen producida mediante un procedimiento óptico) del hueso que protege la cabeza, el verdadero protagonista del cuadro”. La manera en la que el artista hizo observar los contrapesos de la vida: existe la grandeza y el fin de todo, la mortalidad que afecta por igual a humildes y poderosos. Puede que quisiera llegar hasta este sitio. Me destoso.
https://es.wikipedia.org/wiki/Hans_Holbein_el_Joven
La imagen aparece en:
https://historia-arte.com/obras/los-embajadores
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