NALGAS ACOMODADAS A SU JUSTO PRECIO
Buenas noches nocturnas… Hace unos días supe acerca de la intención restrictiva con la que pueden estar de acuerdo algunos establecimientos hosteleros. Pongamos, cafeterías. Entre los clientes de estos negocios hay personas que consumen gran parte de su tiempo sirviéndose de esas instalaciones para trabajar. Van provistos de su artefacto informático portátil, piden un cafetito, toman su cerveza, y realizan una jornada laboral, más o menos completa y a un coste irrisorio. En consecuencia, las mesas en las que se ocupan estas personas, producen una rentabilidad apenas admisible desde el punto de vista empresarial. Así pues, o hacen consumiciones razonables, considerando el tiempo de su presencia como clientes, o han de retirarse. También se estiman posibilidades preventivas y, por lo tanto, negar la estancia a aquellos que se instalen en las mesas con el propósito de ganarse la vida. Asuntos contemporáneos, modernos. Tal vez unos y otros podrían reunirse, llegar a los acuerdos que procedan y terminar el conflicto de una manera satisfactoria para ambas partes. Mas, no creo que vaya a ser así. Son procedimientos de picardía y raramente los pícaros llegan a concilio. Lo habitual es que quienes actúan con ventaja se resistan a perderla. De todas formas, estoy pensando en otras personas que podrían asemejarse, en materia de costumbres, a estos a los que acabo de aludir. No me referiré a quienes alargan la charla, durante el desayuno, el aperitivo, el almuerzo, la merienda o la cena. Pienso en parroquianos que se entretienen leyendo el periódico, una revista, tal vez un libro. En el caso de estos últimos, como las terrazas priman, con motivo creciente de confort. ¿Serán partidarios los hosteleros de limitar su tiempo o de expulsarlos? Por ejemplo, llega usted a ese local que no está lejos de donde reside y, porque han mejorado las temperaturas, porque es un día de sol y porque tiene toda la mañana o la tarde a su disposición, toma asiento frente a una mesa, solicita un desayuno más o menos copioso, y deposita “Guerra y Paz”, sobre el tablero, para comenzar su lectura, una vez dé los primeros bocados. ¿Teme recibir una invitación coercitiva? “Sírvase abandonar su asiento lo más rápido que pueda porque no se permite leer en este sitio”. No termino de verlo. Con el prestigio que tiene la lectura, aunque no se lea, cosa que los editores niegan, pero va de suyo porque si se quejaran de la escasa aceptación del negocio por número de personas interesadas, en comparación con los habitantes actuales del país, estarían admitiendo que los beneficios que obtengan tienen otra procedencia. Nada ilegal, no quiero decir eso. Pero no será porque “tantos”, lean los muchísimos libros que se publican. La cuestión es, entonces, si se van a poner trabas a aquellos que, lectores y todo, adquieran la costumbre de permanecer al aire libre, hacer un modesto gasto porque puedan permitírselo y disfrutar de la mañana leyendo. No he de negar que una cafetería parece uno de esos lugares poco recomendables para emprender el examen de los mundos que nos proponen los autores que hayamos elegido. La calle, en general, con su eterno barullo de personas y de tráfico rodado, invita tanto como tender a cero. Y, por lo dicho antes, por lo del escaso número de personas que dedican tiempo a entrevistarse con esos personajes escritos dignos, por ejemplo, de la mejor dramaturgia, los dueños de empresas dedicadas a la restauración tampoco deberían estar temblando. A fin de cuentas, para uno que les toque… Como fuere, todo se verá. Me destoso.
La imagen se obtuvo mediante los servicios que proporciona ARIA y se editó después.
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