RIDÍCULO
Buenas noches nocturnas… Alguien podría decir: los extraterrestres no existen. Y su proposición, aunque aventurada, tendría algo de certeza. No se ha podido probar que, más allá de los confines de nuestro planeta, existan seres vivos, cualquiera que sea la forma o condición que permita identificarlos, pero tampoco lo contrario. Hablar de ellos, por tanto, no es impropio, aunque sea solo desde el punto de vista de quienes suponen cosas. Desde luego, se identificó a sujetos que declararon ser protagonistas, parte sobresaliente de unos sucesos llevados a cabo contra su voluntad, o con su concurso, durante los cuales estuvieron en contacto, o fueron sometidos a cautiverio, por parte de esas entidades externas. Al cabo, debe saberse, nada de lo que se ha dicho cuenta con otro aval que la palabra de los afectados. No obstante, ¿en qué podríamos estar pensando si ocurriera uno de esos hipotéticos encuentros? En especial, si la situación tiene que ver con algún conflicto en el que percibimos que seremos tremendamente expuestos. Los enfermizamente precavidos, entonces, puede que adopten conductas destinadas a superar ese trance de una manera que no lesione su reputación. Si es cierto que estos viajeros, venidos de otras galaxias, llevan tiempo vigilándonos, están al tanto de lo que hacemos, de lo que nos gusta, de lo que nos disgusta, de lo que nos abochorna… Y esto es importante. Un filósofo, no hace mucho, confesaba estar horrorizado al pensar en el supuesto de encontrarse entre las víctimas de un accidente aéreo. Durante un vuelo con turbulencias propias de una agitada travesía, leía un libro de Paulo Coelho, descubriendo que era incluso peor literatura de lo que conocía por referencias ajenas. Temía que, de morir, no podría explicar que esa pertenencia —el libro—, seguramente hallada con sus restos, era la simple consecuencia de querer estar informado, de refrendar o de impugnar lo que creía. De ningún modo era partidario de esa escritura. Pues bien, imaginen conmigo: han llegado los extraterrestres. Mientras se les combate o se pacta con ellos, porque actúan con el mismo dominio que exhiben los yanquis, cualquiera puede ser abducido. Peor aún: chantajeado. “O colaboras con nosotros, o se sabrá que, como líder del movimiento internacional contra la tecnología ‘Desconéctate’, eres un fraude. Tenemos material de sobra para exponerlo en lo que llaman redes sociales y para distribuirlo entre la prensa libre y la prensa sometida. Si te resistes, se sabrá que almacenas toda suerte de aparatos tecnológicos como parte de tu mochila de supervivencia y que tienes acondicionado un refugio antiatómico con sistemas audiovisuales de última generación”... Es decir, como no hay fachada sin agujeros, por minúsculos que sean, podemos ser sorprendidos en un grave renuncio. Este es un miedo adicional. Tal vez un miedo que, si bien no garantice novedad alguna, ya que vivimos en una era en la que ese saberlo todo, o casi todo, de cualquiera, es tan sencillo, arriesgamos demasiado. ¿Qué vamos a hacer, entonces? ¿Nos atreveremos a salir a la calle con una pata de conejo en el bolsillo? Sí, aunque hemos jurado que la superchería es solo un negocio en el que los paganos son quienes entienden la vida como una carrera de obstáculos plagada de inconvenientes propios de la irracionalidad, ande yo caliente y ríase la gente. Mas, no lo sé, no lo sé. Por el momento, voy a quemar todos los atuendos de carnaval que vestí durante aquellos encuentros clandestinos del pasado: al menos, me desharé de las pruebas incriminatorias que esperaba a buen recaudo desde que las escondí en el trastero. Me destoso.
La imagen se obtuvo mediante los servicios que proporciona GROK
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