CUANDO CALIENTA EL SOL
Buenas noches nocturnas… Era mayo. Mayo del año 2003. Y, lo que sigue, son palabras del escritor y articulista Rafael Argullol, publicadas en el diario El País: “Subirse al carro de los vencedores: una expresión que en todas partes alude al oportunista. Antiguamente, se refería, al parecer, a la tumultuosa vuelta de los ejércitos victoriosos a la patria. Encadenados a los carros, a menudo arrastrados hasta la muerte, los vencidos eran considerados como una parte del botín que antes de ser vendida serviría para ser exhibida en los ritos de triunfo. En el camino, algunos de los que vitoreaban a las tropas se montaban en los carros para ofrecer obsequios a los soldados, recordándoles así su entusiasmo y alegría. Algunos, como escribe Plutarco, eran derrotados que querían hacerse perdonar su derrota, y otros, los más, indiferentes que se esforzaban por mostrar ruidosamente su inquebrantable inclinación a estar con los vencedores. Y el carro de éstos, repleto de gentes de toda ralea, se encaminaba hacia los escenarios donde se escribía la Historia”… Lo he puesto aquí, como introducción, porque entre las extrañas enfermedades que se detectan como periódicas en todo cuerpo social, esta de arrimarse al sol que más calienta, cuando efectivamente calienta el sol—no por necesidades de temperatura o de salud, que también—sino para que se sepa que “siempre” se ha estado con los adoradores del astro, en especial cuando las nubes han dejado de estorbar, se está empezando a extender por estos pagos. ¿Dónde se aprecia? En las cristaleras de los comercios. El lugar elegido para exponer una cartelería sin exageraciones en la que se alude al club de la ciudad, al club deportivo más importante—pues siempre hubo clases—en la que se muestran los símbolos de la entidad acompañados de una leyenda escrita que apela a la concurrencia de paso o a la clientela de todos los días, asegurando que los propietarios y los empleados de esa tienda pertenecen a la distinguida comunidad que está a punto de celebrar un triunfo muy deseado. Como todo esto sucede tras un par de años de permanencia en la división que llaman de plata, tiempo en el que nadie ha levantado la voz, ni el brazo, ni la pierna, para demostrar su lealtad y compromiso, salvo que fuera a título particular, los miserables se transforman en discípulos de luz y proclaman las alabanzas debidas para que se sepa que ese es el bien. El bien, destellante. El bien que no da vergüenza enseñar. Es decir, estas gentes de la compra y la venta saben cómo actúan y conocen el valor de lo que emprenden. Advierten la impostura de la que se valen y calculan la mansa respuesta de quienes disfrutan de los servicios que proporcionan, o de aquellos que, tal vez por esta circunstancia, estén cercanos a hacerlo, vistiéndose con los colores de la casa común. “Somos de los buenos, estamos con los buenos, seguimos entre nosotros.” Y, como los días de alegría y las jornadas de sublime victoria se prolongarán solo por un determinado período—uno, al tanto de la historia de este conjunto de deportistas, probablemente no muy largo—cuando en vez de sol comience la tormenta, paraguas, chubasquero y cada uno a su casita. "Aquí no sucede nada. Circulen, circulen…” Y lo peor es que se nota mucho. Tanto que han debido considerar la desvergüenza como factor y ventaja frente al dominio de la mano izquierda y la precaución. “Que nos quiten lo ‘bailao’. Luego nadie se acuerda de nada.” Y, por esto, no hay vacuna. Es una cosa humana. Cultural o genética, ahora no puedo determinarlo. Pero nadie se siente urgido a estudiar lo que sea necesario con el fin de dar inicio a los cambios que convengan. ¿Para qué? La máquina funciona con estas componendas y con las contrarias. Y si nos vemos raros en los espejos, deformes, que no trascienda: siempre podemos contratar un servicio de autoayuda que nos convenza de que nuestras carencias son, en realidad, un bello paisaje por el que debiéramos transitar más a menudo y así disfrutar del auténtico esplendor de la naturaleza. Por los siglos de los siglos. Pronto se escuchará, como en las odas de Píndaro, lo que ha de decirse por las calles de mi predilección cuando paseo: “¡Oh, vencedor olímpico, / señor de mil corceles! / Endulcen tus laureles / y tus hijos tu larga senectud. / Ya solo de los númenes / falta subir al coro, / al que a montones de oro / une renombre, y tierras, y salud…”… Pues larga es la historia de los peloteros a los que todavía no se sabe si hay que celebrar en buena hora y se suman los oportunistas: estos son legión. Me destoso.
https://elpais.com/diario/2003/05/18/opinion/1053208806_850215.html
https://academialatin.com/literatura-griega/odas-pindaro/olimpica-quinta/
La imagen se obtuvo mediante los servicios que proporciona ChatGPT
Comments
Post a Comment