POLIEUCTO
En una de las consultas hechas al azar, porque no sabe a qué clavo agarrarse, apura los nombres del santoral de la fecha: 21 de mayo de 2020. Andrés Bobola, Antioxo, Constantino, Cristóbal Magallanes, Donato, Eugenio de Mazenod, Eutiquio, Gisela, Hemming, Hospicio, Osberga, Isidoro, Mancio, Niocostrato, Paterno, Polieucto… y aquí se detiene. Polieucto. Se olvida de los anteriores y de los siguientes: Polio, Secundino, Segundo, Sinesio, Teobaldo, Teodoro, Teopompo, Timoteo, Torcuato, Valente, Varón y Victorio… Polieucto. Si mal no recuerda, Polieucto fue el nombre de San Polieucto, mártir cristiano del siglo III, un oficial militar romano en Melitene (actual Turquía) que se convirtió al cristianismo y fue martirizado alrededor del año 250 d.C. Su historia inspiró la tragedia *Polyeucte*, escrita por Pierre Corneille en 1642, que explora temas de fe, honor y sacrificio. También llevó ese nombre, en griego, *Polyeuktos*, el patriarca de Constantinopla (956-970), recordado por su firmeza doctrinal y su papel en las relaciones entre la Iglesia y el Estado durante el reinado del emperador Nicéforo II Focas. Y hubo un templo en Constantinopla, hoy Estambul, uno de los más grandes y ornamentados del siglo VI, construido por la noble Anicia Juliana. Destacó por su arquitectura y decoración, reflejando la importancia del santo en la capital bizantina: la iglesia de San Polieucto. Pues bien, el nombre de este santo proviene del griego y puede interpretarse como "ampliamente bendecido" o "rebosante de favores". Seguramente, esta era la solución para lograr que la vida de papel arrugado, a punto de depositarse con asco dentro de un contenedor de basura, que creía estar viviendo, dejara de ser tal cosa, y engrosara las deseadas filas del progreso. Todo esto lo sé porque acaba de contármelo, pero continúo. Es de los que creen que el nombre que uno recibe confiere carácter. Y si, cuando tienes padres que te acogen en su familia y te llaman de una determinada manera, y al cabo de los años, tal imposición, lejos de funcionar, contribuye a que te despeñes semana tras semana, ha llegado la hora del cambio. A él lo llamaron Eloy. El elegido. *El elegido*, ¿para qué? Es un nombre demasiado ambiguo. Así es fácil acertar. Si los asuntos te van bien, *“claro, era el elegido”*; si las cosas te van mal, *“elegido para estirar la pata”*. Y se ríen. Y eso es lo que le sucedía. Que se reían. O eso hubiera deseado, porque lo que experimentaba realmente era el ostracismo. Así que este Eloy, Eloy Requena, pasaba sin pena ni gloria. Su contacto con el mundo de los demás era semejante al de una de esas instalaciones decorativas, casi siempre sin relevancia. Una, tenida en cuenta en esas ocasiones, pertinentes, porque conviene comprobar que todo sigue en su sitio. Nadie lo recordaba por su auténtico nombre, nadie lo mencionó, al cabo de los días, con propiedad. Al referirse a él, por mero utilitarismo, lo llamaban *Edilio*, *Elías* y, finalmente, *tú*. Un jueves, mientras se desarrollaba el típico debate, apasionada discusión, acerca del empleo de clips en la oficina, desde el privilegiado sitial del espectador—puesto que nunca tenía arte ni parte—, un 21 de mayo, como apunté al principio, consulta la prensa, sale San Polieucto y decide cambiar de nombre. Se sintió reconfortado al constatar el apoyo que recibía al designarse como alguien a las puertas del triunfo. Y, durante un tiempo, todo pareció marchar. Al menos en su cabeza. Se compró gafas nuevas, practicó una firma ampulosa y hasta habló con sus geranios—no tenía mascotas—con más determinación. *“Tú puedes, Polieucto”*, se decía frente al espejo, mientras ensayaba sonrisas de poder. Sin embargo, los demás no parecían tan impresionados. Su jefe seguía ignorando su existencia, sus amigos lo llamaban *el artista antes conocido como Eloy*, y su madre, al teléfono, preguntaba si se había metido en una secta. Hasta la portera del edificio le dejó una nota: *Para el Sr. Requena: deje de jugar a los espías*. La cosa se puso seria cuando comenzó a firmar correos con su nuevo nombre y recibió respuestas tipo: *“Estimado Polieucto, no lo tenemos en nuestra base de datos”* o *“¿Usted quién es?”*. La burocracia raramente modifica sus engranajes. Ni siquiera el banco, que le congeló la cuenta *por seguridad*. Una mañana, mientras comía un sándwich sin condimento (porque *Polieucto no come salsas baratas*), se dio cuenta de que llevaba tres semanas hablando solo. Eloy, *Eloy vuelva usted mañana*, como llegaron a llamarlo algunas veces, había desaparecido, sí, y lo que quedaba, en sustitución de lo que fue, era una especie de holograma con nombre de vendedor de seguros de élite. Solo que nadie le compraba nada. Fue entonces cuando miró su reflejo en el microondas y musitó: *—Polieucto… te han timado.* Y el microondas no respondió. Porque hasta los electrodomésticos sabían que seguir siendo Eloy era, al menos, auténtico. Ahora va a intentar lo mismo con su cráneo. Me ha dicho que viajará a Turquía. Para ponerse pelo. Yo lo sé porque soy quien vive en su casa: entre las plantas, tras el espejo y dentro de los electrodomésticos. Me destoso.
La imagen se obtuvo mediante los servicios que proporciona ChatGPT y se editó más tarde.
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