A DECIR VERDAD: MI VERDAD
Buenas noches nocturnas… A veces ocurre. Un día de ociosidad extenuante, más por incapacidad para hacer algo que a causa de otro detalle específico. El tonteo en redes sociales, la conexión… Ahora lo recuerda porque está conversando con alguien y cabe compartir este tipo de cosas. Lo cierto es que la persona de la que dicen que se valió no era sino otro jalón en el panorama de aquellas fechas. Una marca de la bobada. Por eso se propuso apostar contra sí mismo. Apostar a que lograba, de esa desconocida, atenciones y réditos. Y, entonces, mientras tejía la red, mientras preparaba la trampa, oh sorpresa: o ella se había propuesto algo similar, o esta captura portaba sus propias reglas del juego. Porque su interlocutora exigió que la estafara. Que la estafara con promesas de amor delirantes pero bien urdidas. Y que solicitara de ella dinero, bastante dinero. Como hacen los delincuentes sentimentales. Es más: debía actuar de modo que ella y cualquier otro pudieran observar las maniobras, como se contemplan las evoluciones de las hormigas, toda vez que sus laberintos se seccionaron y una de las paredes es transparente. La diversión, por lo tanto, se convirtió en fatigoso entramado, en enredo de urgencias y falta de higiene, al margen de todo control conforme pasaban los días. Y, como quien está sometido a tales tensiones termina por resbalar, cae y sufre la inflexible represalia de los jueces de la cosa: ni su partner ni los togados tuvieron piedad de sus absurdos actos. No obstante, pasa el tiempo. Para los protagonistas de esta historia y para nosotros también. Han pasado jornadas y nos reencontramos. Otra vez, el truhan narra lo ocurrido. Otros oídos lo escuchan. Todo parece relatarse como aconteciera en su día. Tal y como puede rememorarlo. Hay, todo debe decirse, algunos cambios que, si no se mencionan, puesto que se dispone de la información, servirán solo para desorientar a los incautos. El caso es que la víctima no es del todo quien parece ser. De hecho, en esta nueva versión, es una dominadora que le exige arriesgarse cada vez más, que lo obliga a precipitarse hacia la perdición. Claro que él hizo su parte. Pero, ¿no fue arrastrado al crimen, a un crimen que nunca deseó? Más aún: a lo mejor, esta versión nueva es la auténtica. En ocasiones, no todo lo que se recuerda concuerda. Por eso, probará, probará más veces. A la próxima persona a quien se lo cuente, va a ofrecerle los detalles de un fraude que en realidad no fue otra cosa que una inmolación. No un engaño: un sacrificio. La supuesta víctima necesitaba de ese abuso para sentirse completa. Sí, se trata de eso. Ahora lo recuerda mejor. Él no deseaba hacer tales cosas. Siempre le repugnaron este tipo de actos, pero, merced a los lazos de afecto que acababa de forjar con ese ser fascinante, tanto como para jugarse el todo por el todo sin haber estado juntos ni una sola vez, por responsabilidad, por el bienestar de ella, accedió. Al fin, lo castigaron equivocadamente. Solo pretendía ayudar. Como asiste a quienes conocen su historia en los precisos instantes, ha pasado más tiempo, en que cuenta lo acontecido. Porque ella lo amenazó. Lo amenazó gravemente. Con destruirlo si se negaba a consumar las manipulaciones que hubieron acordado. Él, que siempre ejerciera de guardaespaldas, de protector. Si acaso, pretendía salvar a la supuesta víctima de sus propios infiernos. Los engaños que puso en marcha se debieron a la voluntad de mantenerla a salvo, de apaciguarla, de proporcionar a ese ser absorbente un espacio de seguridad y concilio beneficioso para los dos. Lo condenaron por hacer el bien. Esa es la historia. Su cerebro, órgano magnífico capaz de mantener disponibles cada uno de los pasajes de lo que sucedió durante sus bastantes años de vida, no puede engañarlo. A pesar de que, según se dice, cada vez que ofrecemos el relato de algo protagonizado por nosotros en el pasado, o si traemos al presente los detalles de algo que vimos o que hicieron otros, modificamos las cosas. No, no le falla la cabeza. Por eso, ahora, gracias a que lo ha contado tantas veces, puede concluir en el acto la verdadera naturaleza de lo que fue. ¿Y qué otra cosa? Un héroe, un salvador. Un ser brillante y abnegado. Alguien que sacrificó su vida porque debía prestar ayuda a quien la necesitaba. Alguien que estuvo donde debía estar para comprender y reparar. Alguien que fue represaliado, que sufrió cárcel injustamente y, todavía hoy, se muere de dolor. Un desconsuelo, además, que lo ha cargado de suspicacias. Ya no cree en nadie. Seguirá solo su camino, como hacen los grandes vaqueros solitarios en las pantallas de cine. Solo él sabe lo que pasó. Su cerebro lo atestigua a partir de sus propias vivencias. Emociones que no se pueden tergiversar. No, creo que no. Aunque, tal vez, si lo cuenta mañana… Me destoso.
La imagen se obtuvo mediante los servicios que proporciona GEMINI.
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