A LA SOMBRA DE UN TAMARIZ
Buenas noches nocturnas… Estuve a la sombra de un tamariz. Por consejo de Mónica Fernández-Aceytuno, quien lo compartió mediante las redes sociales que utiliza para comunicarse con el orbe. Me gusta esta autora porque no da sermones, no que yo conozca, y está en permanente contacto con la naturaleza para mostrarla. Así que dijo "tamariz" y me desplacé de inmediato. Estoy capacitado para llevar a cabo esas cosas y ahora no voy a entretenerles con los “cómo” y los “por qué”. Ni siquiera tengo intenciones de remitirme a lo que dice la famosa atleta: “Puedo, porque pienso que puedo”. Servidor puede. A secas. Comprendí, luego, que este árbol —en realidad, árbol pequeño o arbusto— de hasta 8 metros de altura, ramas largas y flexibles, difíciles de romper, de corteza pardo-rojiza oscura, se asemeja a los sauces que lloran, precisamente, por ese llanto de su ramaje. Supe que, además del apelativo taxonómico —*Tamarix gallica*— tiene otros nombres: taray, taraje o tamarisco y que la etimología nos remite al río Tambre. Digo “Tambre” y, con un chasquido de las falanges de los dedos de mis manos, me sitúo en las cercanías del caudal aludido. Y aquí estoy, en la costa del noroeste de la península, en territorio gallego. Por cierto, un río con nombre, sobre todo cuando se llamaba Tamaris: según se dice, fue el origen del nombre de la dinastía de los Trastámara. Pero lo que relataré a continuación solo puede hacerse estando frente al Palacio de Tambre. Es magnífico. Edificado en la década de 1920 por encargo de Antonio Palacios, arquitecto responsable de la central eléctrica construida para aprovechar las aguas del río, que llevó su mismo nombre… el del río. Así pues, cuentan que, en tiempos, el llamado *Pazo do Tambre* era la residencia de una joven noble llamada Isabel, conocida en toda la región por su hermosura y espíritu libre. Esto último no sé si ponía o quitaba en aquella época. Dicen que, a menudo, se la veía dando paseos por los jardines de la finca, disfrutando de la naturaleza. Pero Isabel, a pesar de la forma de vida complaciente, que estaba a su servicio, se sintió atrapada por las expectativas de su familia y por las de la sociedad. Como fuere, al transcurrir una de esas jornadas de mantenerse mano sobre mano, paseando por los alrededores del río Tambre, conoció a un mozo, campesino, de nombre Martín. Martín nunca pudo demostrar otros atributos de honor más que aquellos directamente relacionados con la valentía, pues eso le pareció a Isabel que era Martín: valiente, y poderoso. Consideró, con simpático agrado, que la sonrisa esbozada para dirigirse a ella resultaba tanto o más pudiente que la luz de Helios. De ahí al enamoramiento, un par de palabras. Un par de asentimientos y una esperanza conjunta… aquí, amenaza el azúcar con sobrepasar los límites apropiados y he de evitar, por tanto, reincidir en la parte dulce tirando a ñoña, que es propia de estos aconteceres. Por supuesto, como en toda leyenda, la felicidad de la pareja no duró. Si no, ¿de qué iba yo a embarcarme en estas alegrías? O sea: hubo problemas. Los padres de ella se opusieron al romántico quehacer de los electos por Amor. Como parte de la nobleza, desaprobaban tales relaciones. Y no quedó otra: Isabel acabó en un convento, en una población distinta. ¿Y eso fue todo? No. Aún resta lo mejor. Bueno, lo mejor: el desenlace. Ella, Isabel, desesperada, intentó escapar en varias ocasiones. Intentos sin éxito. No obstante, durante uno de esos arrebatos, en una noche de tormenta, logró llegar hasta el río Tambre, donde había compartido momentos escandalosos con su amado Martín. Lógicamente, no se dirigió a la orilla para volver a vivir, sino para todo lo contrario. Consciente de su poca destreza en el agua, se lanzó al cauce y… ¿murió? Depende. Dicen que este “depende” es muy gallego. Depende. Aseguran que su espíritu no encontró descanso y los lugareños atestiguan y dan razón: en noches de luna llena, se puede escuchar el lamento de Isabel desde distintos emplazamientos cerca de esa zona. Algunos van más allá y declaran haber visto su figura, vestida con un largo manto blanco, vagando por el bosque cercano al *Pazo*, en búsqueda de su Martín. Martín, que, como era pobre, no sale en los títulos de crédito de esta historia. Nada se supo de él después, ni siquiera si progresó en el narcotráfico. Me destoso.
https://x.com/aceytuno/status/1934506717317918830
https://es.wikipedia.org/wiki/Tamarix_gallica
https://es.wikipedia.org/wiki/R%C3%ADo_Tambre
https://patrimoniogalego.net/index.php/11881/2011/12/pazo-de-enxido/
La imagen se obtuvo mediante los servicios que proporciona ChatGPT
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