DISUASIÓN
Buenas noches nocturnas… Me ha parecido un notable ejemplo de disuasión. Aproximadamente a las once de la mañana, cerca de una parada de autobús, una de cuyas líneas proporcionaba conexión con las playas de la zona, un buen número de viajeros aguarda. Están equipados con distintos utensilios y complementos que anticipan su destino. Tienen una cita con la arena, aunque no se batirán en duelo con fornidos representantes de la lucha sangrienta a la romana, ni se expondrán a fieras voraces. Deben querer sol y, si acaso, sumergirse durante unos minutos, porque para nadar ya está el viejo barreño de cinc. Entonces, a la vista de esto, el observador, ser juicioso que ya no tiene abuela, descarta toda maniobra originada en la apetencia por emular a los ajenos antes aludidos. Si hubiera tenido ganas de tender toallas en el suelo o competir por un territorio calentito para situar el mobiliario de campaña, a menudo necesario, el panorama estaba invitando a emprender el camino opuesto. De ahí que haya utilizado el sustantivo mediante el que se designa la acción y efecto de disuadir. Todas esas personas, aunque no se hayan puesto de acuerdo para enviar mensajes o comunicados, ejemplificaron las razones de peso y de paso, para instigar al descarte de un engorroso periodo de hacinamiento, muy lejos del gusto y de las preferencias de quienes estiman todo lo que hacen, entre otras cosas, porque en el ajo o en la periferia participa el menor número de personas posible. Y, ya que estamos con todo esto de “Inducir o mover a alguien a cambiar de opinión o a desistir de un propósito”, imaginen: una librería independiente. Con estanterías de madera, luz tenue y aroma a papel viejo, situada en una calle secundaria del centro. Del centro de su ciudad o de la mía, no importa. A primera vista, el lugar ofrece esa atmósfera sosegada que muchos buscan para perderse entre títulos olvidados y autores menores. Sin embargo, un altavoz colgado cerca de la entrada reproduce en bucle una cuña, a intervalos de tiempo minúsculos. Se trata de una letanía a la que da voz, unas veces una dama, otras veces un caballero, recitando los textos de algunas fajas—esas tiras de papel que envuelven las cubiertas de algunos libros, visibles por los colores chillones y llamativos aplicados en su confección, pues se pretende que destaquen bien de lejos y se nos vayan los ojos hacia ellas—rematado con un soniquete de mercadillo. Por ejemplo: "*Sombras en el invierno*, de Clara Velázquez, es una historia donde el frío no solo acecha en el paisaje, sino también en las emociones de sus protagonistas. Con una prosa impecable y una atmósfera inquietante, Velázquez sumerge al lector en un thriller psicológico que desafía la lógica y la percepción de la realidad… *El último acorde*, de Javier Montenegro: el concierto sinfónico de las emociones más absorbentes que resonará en el alma de todo corazón endurecido hasta mucho después de haber leído la última página. Una obra que captura la esencia de la música y su poder transformador en nuestras vidas… *El bosque de los osos huecos*, de Andrea Sanz. Los árboles guardan secretos y susurros del pasado, que solo conocen los osos. Pero, ¿qué sucede cuando esos ecos se convierten en sombras que acechan el presente? Sanz plantea un mundo donde la magia y el misterio se entrelazan en una historia sobre recuerdos que nunca se borran y voces que nunca se apagan… *La teoría del vacío imposible*, de William Bernal. Se trata de un desafío literario que es mucho más que una historia: es una exploración filosófica sobre lo que significa existir, amar y perder. Un libro que juega con las ideas y las emociones, sometiéndolas al absurdo, cuya consecuencia es permanecer en un estado de reflexión profunda… Y no se olvide: *lleve cuatro y pague solo tres*. Repetimos: *lleve cuatro y pague solo tres*”. ¿No es esto, también, disuasión? Me destoso.
La imagen se obtuvo mediante los servicios que proporciona Microsoft Designer.
Comments
Post a Comment