FASCINACIÓN
Buenas noches nocturnas… Se atribuye a Esopo, el fabulista griego, incluso inexistente para algunos estudiosos, la historia que reproduzco a continuación: Una rana que había visto a un buey en el prado experimentó un deseo irrefrenable de igualar el tamaño del coloso. En la fábula no se explica por qué, pero cabe entender la idea de aludir a algunas de las más extrañas apetencias humanas, puesto que, en todos estos cuentos, los animales son artistas convocados para interpretar a aquellos de quienes hablamos, que somos nosotros mismos. Sea como fuere, la rana quería ser, por volumen, tan grande como un buey. Y pensó que bastaba con llevar al extremo una de sus habilidades. Así que, para cerciorarse de que las cosas se resolvían adecuadamente, en casa, delante de sus hijos, comenzó a hincharse. Las ranas, por lo menos a los efectos de lo que sucederá, hacen estas cosas. Comenzó a hincharse y preguntó a sus retoños si, hasta ese punto, estaba parejo con el buey. Y los muchachos dijeron que no. Redobló sus esfuerzos y volvió a preguntar. Y no: el buey seguía siendo más grande. La rana, también al borde de las frustraciones que produce el enojo, fue hasta donde nunca había llegado y… ¡explotó! Cayó muerta, reventada, delante de sus hijos. ¡Qué necesidad! De modo que la fascinación, primero, y después la envidia, en casos así, son el veneno. La fascinación. El llamado “efecto wow” en publicidad. El efecto guau en español. El efecto ladrido. El perro que probablemente somos, además de muchas otras cosas, ladra entusiasmado cuando observa algo que lo fascina y decide que ha de conseguir ese algo ya. Porque debemos ser muy básicos, demasiado elementales. O muy cautos para unas cosas y tremendamente despreocupados para otras. Y, actualmente, queremos lo deseado sin dilaciones. Así que la vida se ha convertido en una sucesión de sonidos provenientes de las mascotas y de sus dueños, perfectamente mimetizados: tanta es la fascinación. Se dirá que ladramos porque nos provocan con sus artefactos a la venta, y así no hay manera. Pero lo cierto es que no nos planteamos otra cosa… que habrá quienes sí, por supuesto. Pero están—o estamos—, como Feijóo en el Parlamento, en franca minoría. Y es cierto también que, conforme a lo sugerido por algunos que dicen saber de esto, los clientes de ahora no se conforman con sentirse uno más de tantos que se gastan la pasta en cosas que no necesitan. Ellos quieren sentirse únicos y especiales, quieren sentir, quieren gozar, quieren apreciar fascinación en lo que les estimule. Piensan que el producto que adquirirán está sobre los anaqueles expuesto solo para ese entusiasmado comprador. Por lo tanto, salir al día en busca de engaños o alucinaciones, ceder a cuanto de irresistible comparezca porque no nos vamos a tomar la molestia de oponer tácticas y estrategias de defensa, no parece que ayude mucho. Soy partidario, para concluir, de lo que dejó dicho la escritora estadounidense Loretta Chase: “Había aprendido a evitar la tentación porque dudaba de tener la fuerza necesaria para resistirla. Dejar que la curiosidad se transformara en fascinación sería el primer paso hacia la ruina”. Porque, desde luego, esa atracción capaz de operar mediante los estímulos placenteros, una vez sin bridas, es una cabalgadura peligrosa. Admito que algunos la quieran dominar, mas, no seré yo su jinete. Me destoso.
La imagen se obtuvo mediante los servicios que proporciona COPILOT
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