QUE SEA POR TU BIEN
Buenas noches nocturnas… Cabe distinguir. Entre bienintencionados y agentes de reclutamiento. Los primeros, porque conocen a las personas con las que tratan y desean su provecho, porque tienen vínculos afectuosos y familiares, obran de acuerdo a las directrices de las propias experiencias y los usos para que la persona de su cuidado obtenga idénticas ganancias. Los segundos se conducen con una pasión similar a fin de persuadir al objetivo de lo equivocado que estará si no se suma a la corriente propugnada por los suyos. Y aunque ambos parecen movidos por la misma luz, lo cierto es que unos traen una linterna y los otros un lanzallamas. Todos, en ocasiones, son muy insistentes. Demasiado. A los primeros se les ha de agradecer el altruismo de sus iniciativas, aunque, sin menoscabo de lo ya dicho, demandarles contención no debe descartarse: si se les rechaza no es por soberbia. A los segundos, ay. A los segundos: promotores, difusores, evangelizadores, embajadores, prescriptores, activistas o militantes… Gentes que dicen estar respaldadas por una autoridad —la que ellos mismos se confieren— o la que otros han delegado en sus personas. Gentes que, por profesión o por “confesionalidad”, establecen una división, a su entender, indiscutible: de acuerdo con ellos, para bien; en desacuerdo, para mal. Inteligentes y equivocados. Admisibles y perdidos. Que no está mal que vendan su producto. Queda claro. Como es patente la irresponsable machaconería de quienes nunca aceptan un “no” por respuesta. ¿Se imaginan? Dicen que nuestros teléfonos nos escuchan. Es falso. Personas o máquinas manejadas por personas dominan nuestros artefactos y conectan en tiempo y hora con lo que manifestemos a fin de proporcionarnos, de inmediato, consejo. Y esto es otra cosa. Otro asunto menos en cuestión. Lo hemos comprobado y ya es viejo. Estar conversando acerca de emprender un viaje y, al tiempo, interesándonos por algo que no tenga nada que ver, en nuestro “teléfono inteligente”, observar cómo aparecen publicidades de empresas relacionadas con el transporte, con la hostelería, etcétera. Pero, ahora, empieza a suceder algo casi mágico. Uno entra en una cafetería. Solicita un refrescante café con hielo. Y, mientras aguarda a ver satisfecha su compra, de no se sabe dónde, aparece una amable persona, configurada para despertar solo simpáticas sospechas, y nos habla del café. Del café, en general. “Soy Cafélix: me recordarás por haber intervenido en tus sueños como apóstol de la cafetera más lustrosa. Pero esto debes dejarlo atrás. Has elegido el camino del aroma... pero todavía no eres uno con él”. Tú no sabes a qué atenerte y, tan solo, pestañeas. “Beber café, yo te lo digo, no es un hecho. Es una identidad. El café no se consume. Es parte de cada acto de lo que te queda de vida”. A continuación, despliega un expositor enrollable con gráficos sobre el despertar espiritual que solo el tueste maestro está en condiciones de ofrecer. Te habla de la acidez floral, la fermentación anaeróbica, y de cómo “el robusta” es una afrenta a la verdad, dependiendo de la rama ideológica a la que uno esté suscrito. Y, después: “Todo comienza de esta manera. Pero pronto entenderás que no eliges el café... el café ha dispuesto un itinerario de conocimiento que solo empieza a resolverse con la práctica”. Más tarde, compruebas que has recibido en tu correo un archivo de 87 páginas titulado: “Café para iniciados: del puchero o la macchinetta, al éxtasis”. Para entonces, el tipo, un holograma sofisticado de última generación, es no otra cosa que luz difusa que se aleja. Estos serán los próximos. Que no se dude. Para el café o para la política. Para la compra diaria o para la inversión en bonos del estado. Porque vivir en comunidad es lo que tiene. En algún momento, los otros se sienten autorizados a romper las distancias y comienza el pregón. Quieras o no quieras. Me destoso.
La imagen se obtuvo mediante los servicios que proporciona IDEOGRAM
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