MONTONERA ES MEDIOCRIDAD
Buenas noches nocturnas… En una arriesgada estimación, según nota proporcionada por mis interlocutores, sostengo que los hacinamientos festivos son una expresión de la mediocridad. Antes de compartir esta sentencia, examinaba una fotografía. La persona o grupo de personas al frente de la cuenta de la red social X en la que apareció la imagen, se abstuvo de mencionar al artista, o eludieron consignar datos particulares acerca del fotógrafo a quien quepa atribuir la instantánea. No obstante, existe una referencia de consulta. Según lo anotado, la escena fue recogida en Coney Island, Brooklyn, Nueva York. En el año 1940. ¿Y qué se ve? Una multitud. Gentes mirando a cámara, felices de ser retratados, muy, muy juntos: lo que se denominaría sardinas en lata. Pues eso. Una expresión de la mediocridad. Cuando tantos, habitualmente quejumbrosos si aquello que les reúne no ha de proporcionarles beneficios o supone una obligación, comparecen felices y admiten las incomodidades, la mediocridad está haciéndose notar. Me atrevo a decir, por tanto, que toda fiesta es mediocre. Es de los mediocres. Son mediocres como partícipes de la fiesta. Se ven relegados a la mediocridad. Los mediocres que son mediocres, como hace unos días, con motivo de San Fermín. Tal vez porque el entusiasmo conduzca a la relajación de las expectativas. No se cansan de decir quienes intervienen en todo acto expansivo que existen conexiones, energías, comunicación… como si fuera la única manera de conocer todo ese tipo de estímulos. Pero hablan de la intensidad, de la sublimación. Vale. Solo que no es mi guerra. Si alguna vez lo ha sido, reniego de ese que fui. Ese de ayer, hoy, no está a mi altura. Si no hay otra, si es por obligación o por necesidad, cabe satisfacer la sed con las aguas de un charco. Pero prefiero la corriente limpia de un río limpio. Si he de elegir, me decanto por el intervalo de las nubes, antes de que se agrupen para constituir la tormenta. Entiendo que eso me conduce a la penuria, a abandonar determinadas vivencias ante la seguridad de tener que compartirlas con hordas de despreocupados sapiens a los que las condiciones adversas que se originan en toda aglomeración les da lo mismo. A estos que observo en la foto, les concederé el salvoconducto de la alegría producida por una promesa que tendrá sus correspondientes satisfacciones, luego. Les habrán prometido salir en un libro de fotografía, la proximidad de una estrella del cine o de la tele, o una hamburguesa gratis en su restaurante de comida rápida favorito. Los otros, los de esta fiesta de julio, que son como todos los de cualquier fiesta —digo los que forman parte de los ejércitos encantados de haberse conocido y libres de condicionamientos e inhibiciones, siempre situados en primera línea— se abastecen de todo tipo de sustancias enardecedoras —pongan en el mostrador lo que se les antoje, aunque lo más común es el vino y la cerveza— y botan como los danzantes masáis que hemos visto en documentales de "La 2", pero con menos gracia. En esas situaciones, algunos tenemos mucho más que perder. Mucho más que lo que dicen que se gana. Incluso entre concurrencias más pacíficas, no pasa nada por evitarse la sofoquina. Si te acusan de no haber ido, puedes encogerte de hombros sin escorzo ni complejo de culpabilidad. Yo lo hago. Lo hago y sostengo, como decía al principio, que la masa es mediocre. No todos pueden estar en todo, y cada vez que ocurre, alguien gana mucho dinero —que esta es otra… “Vengan en manada, que tenemos de eso que necesitan para todos. Cierto que también atenderemos sus reproches si se desentienden de la convergencia dicha, y pondremos a su disposición la ambrosía del desafecto. Pero gestionamos muy bien las avenidas, las avalanchas, las acometidas del ganado al galope... Vengan, vengan”. Me destoso.
La imagen aparece en la cuenta de X de @vintagestuff4
https://x.com/vintagestuff4/status/1942249930460135553
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