ASÍ ES LA VIDA, SEÑORA
Buenas noches nocturnas… Luego de cumplir con un programa de festejos que se elaboró tras múltiples deliberaciones, culminado ayer, y antes de hacer balance, un poco de calma. Una cierta dosis de beneplácito. El que uno ha de concederse para retornar a los estándares de la vida. En ese sentido, ya que la costa está cerca, mediante el esfuerzo de madrugar —es no otro consejo que el de poner una alarma que anticipe el orden de las costumbres— podrían satisfacerse las ilusiones: acudir a la mar o, mejor dicho, al chiringuito. A la “taberna” situada en primera línea de playa. En esa parte a la que llaman “El Pinet”. Ahí.
Entonces, uno ha de concederse el beneplácito y lo hace. No sin atender las demandas de la socia, habitualmente encargada de la logística del transporte. Es decir, vamos, porque ELLA quiere. Yo no me opongo. Es una decisión consensuada porque somos muy democráticos. Por eso, vamos y llegamos. Ya estamos en el destino.
Como era de prever, son pocos los escogidos. La mar parece apacible, pero avisa de resaca. Hay sol. Todavía se vive sin bochorno y todo corre prisa, sin embargo. ¿Por qué? Porque vendrán. Vendrán, sin duda. Estamos en agosto, no se olvide. Y están por todos lados. Los residentes y los visitantes. No sé en qué porcentaje, si abundan los unos o los otros, ni me importa. Pero vendrán. De hecho, vienen. Han llegado y todo se transforma.
Estamos en territorio industrial. La hostelería es una industria. La arena es otra industria, relacionada, más tarde o más temprano, con la primera; y la mar es una industria, en tanto en cuanto comunica con las anteriores. Por eso, se activan los mecanismos de siempre. Huele a humanidad porque el espacio, hasta hace unos minutos confortable, parece enlatado de viajeros en guagua, que es como llaman a los autobuses en Canarias, y es una palabra que me gusta. La guagua…
Pues bien: como de la arena no he querido saber nada —como mucho, es una superficie de tránsito, en algunas ocasiones, para mí— “convivo” con los “desayunantes”. Los que vienen con su familia canina. Los que vienen con su familia infantil. Algunos de los primeros ladran. Es lógico. Si no se les educa, hacen sus cosas de perro conforme a lo que la naturaleza permite a este tipo de criaturas. Otros gritan como si estuvieran preparándose para el puesto de solistas en una banda de rock explosivo. Entre estos, no son solo los chavales —bueno, el chaval— quienes apuestan sus gargantas, como hace el jugador exultante que porfía con su capital en la ruleta del casino.
Durante demasiados minutos, solo se escucha a ese grupo. Como a los ejércitos del gobierno de Rusia o del gobierno de Israel. Es una masacre sonora. Una señora está pensando, porque se imagina lo que rumio, que si quiero paz, me vaya a un cementerio. Y tiene razón. Pero en los cementerios no sirven tostadas con atún. Ni ponen galletas de jengibre con el café. Así es la vida, señora. Así es la vida, señor, me dice ella, telepáticamente. Yo me quito la gorra, como quien admite la pericia ajena y saluda.
Ella, que no es ELLA, se muestra indiferente: nunca piensa con desconocidos y, si acaba de hacerlo, ha sido porque se sintió en la obligación de llevarlo a cabo. El narrador es omnipotente, como Dios. No obstante, ELLA, que sí es ELLA, convencida de que sobre la arena se encuentra el oro de esta vida marítima, deambula de un lado a otro, en paralelo con las aguas, tomando el sol y calculando las posibilidades de aceptar, en algún modo, sus humedades. No sabe que todo esto sucede, aunque puede estimar que me esté abasteciendo de los residuos tradicionales.
Al fin, en estas circunstancias, siempre percibo un bastante de lo mismo. Por supuesto, lleva razón. Me levanto y saludo otra vez. En esta ocasión, a la verdadera. Y puedo decir, en mi descargo, que, si actúo como se dice, es en la esperanza de advertir algo no contemplado con anterioridad.
Esa es mi suerte. Mi fortuna, cuando veo cómo emergen algunos nadadores. Parece que esa constancia de la furia experimentada por el mar en días pasados obra prodigios… Los bañistas, las personas que están tomando la “linfa oceánica”, se alzan, se ponen en pie y sus cráneos quedan orientados hacia lo que se puede ver a la espalda del oportuno sapiens. Las ingles pasan a formar parte del trasero y las nalgas, por efecto de la nueva situación de la parte visible de las facciones humanas, ocupan el lugar de la pelvis.
Me recuerdan a los peces de tres ojos que nadan por el río de Springfield en Los Simpson. En el caso de esta pesca, por obra y gracia de los residuos radioactivos que proceden de la central nuclear cuyo propietario es uno de esos villanos que concita simpatías. Y no, no es Pedro Sánchez. Me destoso.
La imagen se obtuvo mediante los servicios que proporciona GEMINI
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