CONCURSO
Buenas noches nocturnas… No estoy en condiciones de asegurar si en todas las plazas sucede lo mismo. Mas, en el territorio, el área urbana en la que resido, frecuentemente, veo a personas que deambulan con un carrito de compras y revuelven en los contenedores de basura para ver si, dentro o fuera, al lado, existen materiales que puedan aprovechar. Personas que obtendrán, digo, algunos ingresos a cuenta de cosas que los demás hemos considerado inservibles. No me parece una ocupación a la que se pueda atribuir progreso. Ni siquiera, muchas veces, algo cercano a la estabilidad por sí mismo. Y, cierto: soy incapaz de ofrecer informes donde figuren detalles de las condiciones de vida de los seres humanos dichos, ni facilitar opiniones fundadas en esta recolecta de datos. Por lo tanto, desconozco, salvo lo apuntado, todo lo demás. Aquí, ya, un alto. Una pausa. ¿Por qué? Jorge Herrero, en ABC, presenta al “abogado de la basura”: Leonardo Urbano. Varón de 30 años, residente en Sídney, Australia. En resumen, este sí. Leonardo, encuentra, vende, conserva y distribuye basura, en ocasiones, de muchísima rentabilidad. Entiendo que su territorio de exploración debe ser uno en la que los habitantes correspondientes disfruten de un nivel de vida tal, como para consentir en dar por obsoletas mercancías que, a ciudadanos de una economía media, puedan parecerles un tesoro. Serán yacimientos o minas, no lo sé. Un asunto raro, no obstante. No desconfío del periodista, pero todos nos equivocamos. Yo lo hago mucho, para mi desgracia. Pero es un asunto sospechoso. A mí me lo parece. Extraño. Todo lo contrario de esa basura que se puede apreciar después de que una masa humana se haya instalado en determinado lugar o transite por una zona. La más reciente, en las playas. Por este festejo de la Noche de San Juan y las hogueras. Las noticias que facilitan las empresas de recogida de desperdicios parecen un rosario de récords. Toneladas de inmundicia. Miles de toneladas… Debería publicarse en el Boletín Oficial del Estado y en cuanto otro medio de comunicación del mundo, un índice en el que se recogieran el grado de insumisión ciudadana. De la voluntad de propios y extraños por ser más cerdos que los auténticos marranos. Porque no encuentro otra explicación. Si se mide lo acontecido, en proporción a la identidad de cada uno y el lugar donde habita, sus casas, deben de ser recintos nauseabundos. Verdaderas pocilgas. Salvo por la contratación de esclavos que adecenten día a día y supriman el depósito de lodo. Y, si es como digo, circulando hacia el absurdo, podrían realizarse todo tipo de concursos en los que se llegaran a descubrir a los campeones, singulares y plurales, del asco. Esto gusta mucho. Es otro tipo de fiesta. El mejor, los mejores, por influencia de la desconsideración y la indignidad. Hace falta, creo, solo una televisión, o una productora audiovisual, que medite el asunto y le vaya dando salida. Estoy seguro de que contará con grandes audiencias. Con el beneplácito de muchos. La afición es imparable… en fin, me destoso.
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