LEER, CONFIRMAR, PENSAR, DISFRUTAR
Buenas noches nocturnas… Un tipo anuncia a sus compañeros de trabajo y a su jefe, en un comercio, que, a partir de ese momento, dejará de hablar. Sostiene que hace voto de silencio. Todo porque ha leído en un artículo de prensa lo que conoce y ha determinado su propósito: trabajar concentrado y sin mantener comunicaciones o realizar monólogos, aumenta la eficiencia y la productividad. Los otros se ríen y cuestionan ese proyecto: “¿Cómo atenderás, entonces, a los clientes?”... leer, como suceso cuya consecución solo puede aportar cosas extraordinarias, casi como un hecho mágico, es una soberana tontería. Tronista de la vacuidad. Ni cualquier cosa que se lea aprovecha, ni todo el mundo está preparado para obtener lo que parece conferir la lectura. Así pues, leer es sencillo, como mecanismo posible tras la instrucción oportuna, en lo que tiene que ver con los rudimentos del lenguaje, pero complejo. También para esto, hay que saber. Me parece que, cuando leemos, cuando admitimos cualquier otra cosa relacionada con la cultura, adquirimos una responsabilidad. Aunque ese libro que hayamos elegido solamente nos distraiga. Cabe leer y enterarse de lo que otros leen. De saber cómo leen y qué y cuándo y por qué. Pero sin atender a eslóganes o frases hechas a fin de convertirlas en el queso que se deposita a los efectos que cabe imaginar, en la ratonera. Por ejemplo, más allá de las campañas de márquetin, atribuyen a Stephen King, la siguiente frase y la proponen como factor de favorable contagio: “Los libros son una incomparable magia portátil”... Hombre, sí, por supuesto. Sobre todo los libros de magia. Porque los libros, como hecho genérico, no solo pueden aburrir, sino que, también, pueden enfermar. Dicho de otra forma, no propongo que lo que haya podido decir el señor King, sea incierto; nada más, desde mi punto de vista, nada más, es una parte de lo que hay. Los libros no son, por definición, territorio seguro per se. Algunos libros, insisto, desde luego, reúnen todas las condiciones para ser salvaguarda e impulso, pero hay otros, bastantes que… El problema más grande, viene de la mano la autoridad. Es decir, quién aconseja, quién guía, quién comparte, quién muestra… Como ahora todos hacemos de casi todo, y hemos decidido que podemos hacerlo porque sí, tampoco existen referentes a salvo de la vorágine. Digo que la mezcla, esta mezcla, desorienta. Que es difícil mirar y reconocer después los rasgos, las voces de quienes llevan largo tiempo formándose a fin de trasmitir con calidad algunas pocas cosas. Es más sencillo, por lo visto, leer lo primero que se pone a nuestro alcance y otorgar crédito a quien sugiere, vaya usted a saber qué cosas, sin haber reflexionado, y lo que es tan importante como lo anterior: sin haber contrastado los materiales que acaban de llegar a nuestras manos. Una frase hecha a este respecto, podría ser: “Lee, confirma, piensa, disfruta”. Aprender, conmoverse, lograr entretenimiento, es algo que está instalado en estos hábitos, de serie. Como se dice popularmente, "viene de fábrica”. De lo contrario, si se prescinde de esos cuatro pilares a la hora de leer, da igual si es una novela, una noticia, o un mensaje de texto: la magia portátil se desgobierna, se hunde el edificio, el atractivo se torna grave disgusto. Y uno termina, tontamente, como el tipo al que aludí cuando comenzaba este comunicado. A pesar de las referencias inquebrantables a las que quería atenerse, en cuanto estuvo sometido a la tentación de participar en aquello, para lo cual debía renunciar al riguroso modo de estar callado con el que se conducía, pronunció las palabras necesarias y se acabó. Estas cosas. Me destoso.
La imagen se obtuvo mediante los servicios que proporciona IDEOGRAM
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