PLACERES EN LAS SOMBRAS DEL DECORO
Buenas noches nocturnas… Un acreditado científico —cuyo nombre importa poco ahora—, especialista en neurociencia, declaró durante una entrevista para una televisión coreana que dedica cierta parte de su tiempo a observar cómo se secan los calcetines en el tendedero. Para él, supone una experiencia hipnótica. Es su debilidad. Y, desde luego, esto choca con los estándares de una labor profesional importante, con la que está totalmente comprometido. No es lo que se espera de una mente privilegiada ni de un referente humano para personas de todos los rincones del planeta. Pero la vida es así: al final, incluso las élites sorprenden con sus imperfecciones. Pasa mucho con los hosteleros, con los chefs, con esa pléyade de comunicadores que, a diario, nos aconsejan sobre qué comer, dónde hacerlo y de qué manera. Algunos lo llaman “placer culpable”. Consiste en lo siguiente, tomado de un artículo publicado en *Ethic* por Esther Peña: “El ‘placer culpable’ o ‘dulce pecado’ es aquella forma de entretenimiento o diversión que provoca vergüenza en el disfrute, por considerarse inapropiado. Desde el remordimiento a la neurosis. Chismorrear, cotillear, comadrear, por ejemplo. Algo incorrecto social o individualmente”. Ahora bien: si se dice, si se comparte con otras personas, ¿deja de actuar como un inconveniente? No lo sé. Podría enumerar la lista de mis placeres culpables sin que nada cambie el veredicto último: todos insanos. Pero no soy partidario de esclarecer esta cuestión. Mi posición social es, además, irrelevante, y también por eso. Como no se me puede considerar distinguido representante de aquello bueno buenísimo —eso que es aceptado por la mayoría según el prestigio y la notoriedad que dan las cosas patrimoniales—, todo lo que diga o haga es deudor de las mismas atenciones que recibe el barro del camino cuando luce el sol. Así es, no nos asustemos, y, si cada vez que me levantara cientos de oídos se apresuraran a escucharme, o miles de ojos estuvieran pendientes de mis actos, evitaría a los presentes una visita guiada por esa parte fea de la tramoya que no suele observarse. No habría fisuras en público. Luego, en mi vida privada —como me conocen los que deben conocerme, como, supongo, me aceptan como soy o a pesar de lo que soy—, ocurre lo que tenga que ocurrir. Hace tiempo que se ha vuelto costumbre reclamar cercanía a los expertos, profesionales, políticos, artistas y gente de la cultura. Y ellos admiten —supongo que porque es parte de su trabajo— descender a lo cotidiano: entrar en el desván, mostrar la colada antes de meterla en la lavadora, ser vistos mientras los atiende el callista… Todo muy feo. Muy feo. Pero es verdad: si fuera de otra manera, no estaríamos ya cerca del final de esta comunicación, tras haber tratado —sin pretensiones científicas, filosóficas o sociales— lo de los placeres culpables. Una parte del juego: ustedes vienen a este blog, esperanzados porque saben que van a encontrar un rato de lectura, y yo satisfago la demanda, aun a riesgo de repetirme. Por otra parte, ¿y si no lo hago? ¿Me llevarán a juicio? En ese caso, señoría, recúsese: lo he averiguado todo. Para ser una magistrada de la Corte Suprema tiene un dudoso entretenimiento. Muy dudoso. Porque no me diga que es adecuado recrear escenas dramáticas de películas, con objetos inanimados de su casa: ¡no me diga! Usted, que se ocupa de aplicar la ley de manera estricta, que tan importantes sentencias ha firmado, que es una valedora de la jurisprudencia internacional, usted, se dedica a escenificar dramas con una tostadora como villano. Eso hace. Es la conducta de alguien que pretende una salvedad inconfesable, contraria a sus responsabilidades, mediante la pericia de un "escape teatral infantil". Algo ridículo, señoría. He dicho. Me destoso.
https://ethic.es/placer-culpable-guilty-pleasures
La imagen se obtuvo mediante los servicios que proporciona IDEOGRAM
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